La cruz de Pedro




Para el día de hoy (31/08/14) 

Evangelio según San Mateo 16, 21-27



Jesús De Nazareth camina, decidido y absolutamente libre, hacia Jerusalem. Allí acontece un punto de inflexión que cambia de manera radical su ministerio y también la misión de toda la Iglesia, y su revelación es un hito en la historia de la Salvación.

Porque les revela su condición mesiánica a los suyos. Pero es un mesianismo inesperado, sorprendente, que no se condice para nada con las tradiciones y los preconceptos de los suyos, que esperan un Mesías revestido de gloria y poder que derrote a sus enemigos y que libere a Israel de la bota romana mediante una victoria de tipo militar, restaurando un reinado judío imbatible y duradero. Más asombroso y contradictorio resulta saber de su parte que quienes detentan la autoridad religiosa y simbolizan a todas las tradiciones de su pueblo -ancianos, sumos sacerdotes y escribas- serán los principales responsables de todo lo que ha de padecer el Maestro.

Más parece que no fuera suficiente el estupor causado: Jesús formula a los Doce y a los discípulos de todos los tiempos una invitación que, tomada a la ligera, parece espantosa. Invita a seguirle cargando también, como Él, en libertad y sin condiciones, la cruz.
Ha de entenderse en su real dimensión: durante mucho tiempo la cruz es sinónimo de maldición, de justo castigo. En el tiempo del ministerio del Maestro, era el método de ejecución romano por excelencia previsto por la ley del imperio para ejecutar a los criminales más abyectos y marginales, condena para los rebeldes perpetuos de la autoridad del César. Así entonces, cargar la cruz implica hacerse ejecutable, marginal, despreciable, subversivo.

A Pedro no le agrada lo que percibe, y la contradicción lo violenta. Voluble y temperamental, quiere volver a la falsa certeza que lo tranquiliza, a la de ese mesías glorioso, muy lejano al Cristo servidor sufriente. En cierto modo, Pedro pretende indicarle a Dios hacia dónde debe rumbear, pretende un Dios a imagen y semejanza de Pedro, y no acepta de ningún modo la cruz para el Señor...y mucho menos para sí mismo.

No es grato, no es deseable, no es simpático. Tampoco es algo deseado por Dios, pues el Dios de Jesús de Nazareth no es un sádico cruel. Es una cuestión de amor, de radicalidad del Evangelio, de tomar siempre el lugar del otro para que el otro -el hermano, el prójimo- no sufra, y viva.
Y ahí sí. La fidelidad, para los mezquinos cánones mundanos, no saldrá impune. Tiene su costo, gravoso y gravísimo. La vida cuesta vida, la vida de los demás cuesta la propia vida, y es Jesús quien no vacila en encabezar el peregrinar, en volver a decirle a todos los Pedros, todos nosotros, que está bien jugarse y hasta morirse para que otros vivan, cargar los horrores de la cruz para que no haya más crucificados, y ofrecerse también por todos los sumos sacerdotes y escribas violentos de todo tiempo que imponen condenas y cadenas, y olvidan compartir la Gracia y la misericordia de Dios.

Paz y Bien



2 comentarios:

pensamiento dijo...

Pedro es un hombre humano, lleno de contracte, un día defiende a Jesús, otro le niega, y así es nuestra vida, decimos amar mucho a Jesús, y nuestro comportamiento dice otra cosa, ¡Oh! Si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con locura de amor a la cruz de Cristo...! Muchas gracias un saludo fraterno.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Tal vez en esas contradicciones de Pedro -y en las nuestras, claro está- se vuelve totalmente perceptible la Gracia de un Dios que no deja de buscarnos.
Quiera Dios que podamos volvernos así, tan maravillosamente locos por el amor a la cruz de Cristo.

Gracias por su generosa y constante presencia

Paz y Bien

Ricardo

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