Sepulcros blanqueados



Para el día de hoy (27/08/14) 

Evangelio según San Mateo 23, 27-32




Las cosas que habrá visto. Los gestos y las acciones que tanto le revelaban y que tanto lo rebelaban. De otro modo, no hay explicación para estas durísimas expresiones que el Maestro tiene para con la hipocresía de escribas y fariseos. Su voz es tan fuerte, tan contundente, tan profética que conmociona no sólo a aquellos hombres del tiempo de su ministerio, sino a todos aquellos que, a través de la historia, se internan camino adentro de esas veredas de sombra y muerte, pretendiendo encaminar tras de sí a todo el pueblo.

Sepulcros blanqueados los menta, y no es sólo una alegoría extrema. Se trata de la experiencia de la vida cotidiana que no se permite ser llamada a engaños. 

Despojémonos por un momento de lo externo, es decir, de los afectos y la piedad que portamos junto con algunas flores -como flores de caridad- cuando visitamos el sitio en donde reposan los restos de alguien querido o venerado. Una tumba, un sepulcro, es el hogar de lo muerto. Por fuera puede tener una blancura prístina, una estructura artísticamente bella, una edificación imponente, pero ello no es óbice para la cuestión naturalmente obvia: por dentro hay restos de un cuerpo muerto, hay degradación, hay corrupción biológica.

Mucho más grave es cuando esa imagen se traslada al obrar de aquellas y aquellos que desempeñan funciones sociales, políticas y religiosas de liderazgo, de jerarquía, de conducción. Sepulcros andantes que, bajo la apariencia grácil de una blancura deslumbrante, sólo albergan en su interior muerte y corrupción, vidas contínuamente degradadas, tumbas en donde se sepultan bien profundo las ansias de trascendencia de la gente más sencilla, el hambre de justicia de los pueblos, la sed de paz de tantos.
No hay otra conclusión posible: aunque nadie somos para andar juzgando a nadie, tampoco podemos renunciar a esta vocación irrevocable de profecía que nos llega al corazón por vía paterna y materna, de un Dios que es Padre y Madre, de un Cristo que es hermano y Señor. Y a las cosas hay que llamarlas por su nombre.

Los sepulcros blanqueados sólo son signos de muerte, y hacia ella conducen, y allí se demuelen todas las esperanzas.

Gran contradicción, grave reniego, pues desde la Resurrección sabemos que la muerte no decide ni tiene la última palabra. Por el Resucitado sabemos que ese sepulcro vacío deviene inutil, y que en cada sepulcro ha de germinar pacientemente -a pesar del dolor, a pesar de todo y todos- la certeza de la vida perpetua que no se extingue. Por ese Cristo sabemos que toda tumba deviene inútil.

En paralelo también, una admonición para nuestras existencias menores: a los sepulcros, decíamos, solemos llevar fé y afectos, flores y amores. Sin embargo, a quien se ama siempre es menester, como al hermano, rendirle culto y amor en vida, en el aquí y ahora. Nunca es tarde.

Paz y Bien
 

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