Recalculando la misericordia




San Maximiliano María Kolbe, mártir

Para el día de hoy (14/08/14) 

Evangelio según San Mateo 18, 21-19, 1



El diálogo entre el Maestro y Pedro entraña una profunda enseñanza, pues siempre hay algo más que saber y conocer, y el mejor modo es dialógico en donde la escucha sea atenta y se deje de lado esa pasión por los monólogos sordos que suelen gustarnos.
Curiosamente, parece que la iniciativa está hoy en manos de Pedro; en realidad, la cuidadosa pregunta del pescador galileo es consecuencia del ministerio y de las enseñanzas de Jesús acerca del rostro misericordioso de Dios y de ese perdón restaurador y re-creador que ha de nutrir la vida de la comunidad.

Pedro realiza una reflexión delicada y meticulosa acerca del tema en cuestión, y además se muestra en extremo generoso. Su cultura y sus tradiciones le indican que el perdón debido al ofensor debe acotarse a tres oportunidades, y sin embargo Pedro lo extiende a siete, número simbólico de la perfección, de la divinidad. Y el Maestro le responde que, en realidad, no debe perdonar siete veces sino setenta veces siete.
No es un recálculo meritorio, sino más bien ha de interpretarse como setenta veces siempre.

Porque el error primordial de Pedro no radica en la aritmética que busca perfeccionar, sino en pensar que el perdón -aún cuando en la postura del pescador sea amplio y generoso- deba limitarse.

Es el tiempo de la Gracia, tiempo santo de Dios y el hombre, tiempo de desproporciones milagrosas. Pues la justicia de Dios se expresa en su misericordia: si todo se quedara en un plano retributivo, hace un buen rato que estaríamos justamente purgando las penas que lógicamente nos corresponden, sin atenuantes. Pero el Dios de Jesús de Nazareth no es juez ni verdugo, es un Padre y una Madre que ama sin límites y supera cualquier extremo imaginado. 
El perdón de Dios es la rama del olivo de la paz ofrecida contínuamente, incondicionalmente, que nos levanta, nos hace nuevos, nos recrea en humanidad. El principio misericordia sostiene al universo.

Así, descubriéndonos perdonados -salvados- no podemos limitar el perdón. Siempre habrá una desproporción, una deuda impagable como una fortuna de diez mil talentos: ni en varias vidas seríamos capaces de pagar. Y por ello mismo, astillas del mismo árbol frutal, no podemos ser menos.

El perdón nos re-úne, nos re-crea, nos re-liga, nos hace mejores, más humanos, más santos, aún cuando a menudo se nos haga cuasi imposible por la gravedad de las ofensas que se confieren. Cuando dejamos espacio al rencor y a la violencia en cambio de buscar, a riesgos de la propia vida, ese perdón liberador, nos condenamos de modo flagrante, sin necesidad de pasar por ningún tribunal, pues rechazamos en la existencia ese perdón infinito por el que Cristo ha dado su vida, su sangre en la cruz ofrecida sin límites ni condiciones.

Paz y Bien  


2 comentarios:

pensamiento dijo...

La mayor pobreza es “no conocer la misericordia de Dios, que es ese amor que es capaz de extraer de cualquier situación de mal un bien”.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Así es. Y por eso quizás andamos en la peor de las miserias, el sumergirnos en la anti-fé del "no se puede", del culto sin corazón, de la devoción sin prójimo.

Paz y Bien

Ricardo

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