Nada es ajeno a la autoridad de Cristo

















Para el día de hoy (14/01/20) 

Evangelio según San Marcos 1, 21-28






La sinagoga era, más que un sitio, una institución que probablemente encuentre su origen en los tiempos del exilio babilónico. Lejos del Templo y sometidos a una cultura y una religión que les era completamente ajena, el pueblo judío comenzó a congregarse para orar y reflexionar la Torah, Palabra de su Dios que le confería sustento espiritual e identidad como pueblo; congregación, tal es el sentido literal del término sinagoga.
Ha de tenerse en cuenta su carácter laico: los sacerdotes, aún cuando no hubieran perdido Jerusalem, estaban afectados específicamente al culto en el Templo.

Con el correr de los años, la institución sinagogal adquirió una importancia cada vez mayor, especialmente durante la celebración del Shabbat. Se oraba, se recitaban salmos, se leía la Torah y se la comentaba públicamente; los escribas -expertos exégetas- suelen comentar las Escrituras de un modo tal que el oyente se vea comprometido a cumplir normas que ellos mismos infieren de su análisis, y su análisis, a su vez, es un juicio emitido en base a precedentes exegéticos. En términos más simples, los escribas comentan los comentarios que otros expresaron, y a mayor cantidad de autores citados, mayor es la autoridad que se les reconoce, asociada a renombre y honores.

Que un rabbí galileo tan joven y humilde, sin ninguna clase de antecedentes académicos hable con palabras tan nuevas y frescas, asombra a todos. Él habla con un conocimiento que no se adquiere en los libros, sino a partir de la vivencia e identidad absoluta entre Él y su Padre.
Las gentes se asombran por esta autoridad, que en nada se parece a los dictados de los escribas, que podan corazones y libertades. Cristo hace nacer cosas nuevas, pues revela desde la Palabra a un Dios que ama, un Dios bueno, un Dios Padre y Madre, un Dios de amor y liberación.

Cuan grande no sería el asombro de esas gentes al escuchar hablar de su Dios de esa manera.

Quiera el Altísimo que jamás nos acostumbremos. Que la Palabra jamás se nos haga rutina conocida. Que Cristo nos asombre y nos alegre cada día, a cada momento, en cada encuentro con su Palabra, que es Palabra de Vida y Palabra Viva.

Paz y Bien

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