Con Cristo, la vida ha de ser celebración perpetua de estar vivos

























Con motivos a veces fundados, pero también con ansias descalificatorias, se ha encasillado a la secta de los fariseos en la absoluta negatividad y fiera religiosidad enemiga de Cristo. Sin embargo, hemos de señalar que los fariseos eran, ante todo, hombres muy piadosos que procuraban por todos los medios permanecer fieles al Dios de Israel, hombres de plegaria constante, de estudio y reflexión de la Palabra, de reordenar toda la existencia en base a esa fé que profesaban. Con el tiempo, ello se fué tergiversando y devino en un grupo cada vez más sectario que rechazaba cualquier novedad o heterodoxia.
Dos eran los problemas que aquejaban sus almas: por un lado, eran totalmente literalistas, es decir, leían la Torah y la interpretaban en forma literal, olvidando los niveles de profundidad y, especialmente, a Aquél que le daba pleno sentido a esa Palabra.
La literalidad es madre y causal de todos los fundamentalismos, y éstos suelen ser violentos, sectarios y excretan del ámbito de lo propio al distinto, al que no se aferra a cosas que tradiciones a menudo dudosas le han impuesto.

Por otra parte, estaban firmemente establecidos en una religiosidad retributiva, y ello implica que sus actos de culto y pìedad estaban destinados a ganar los favores divinos. Al seguir los preceptos establecidos -sin dudas- obtendrían la bendición de su Dios.

En cierto sentido, Juan el Bautista y sus discípulos también estaban imbuidos de esa mentalidad: de allí que ayunaran con notoria frecuencia, para la obtención del perdón de sus pecados mediante la mortificación del cuerpo, en un perpetuo rictus amargo y de temor por la venganza de su Dios para con los pecadores.

Con Jesús de Nazareth, todo cambia. El Dios que revela es un Dios que ama, un Dios Padre y Madre también que se dona por entero, asumiendo en Cristo a la humanidad frágil y quebrantada para levantarla, para que pueda mirar al sol.
En los albores del Reino que nos ofrece, se encuentra la Gracia, asombrosa e inefable, un Dios que perdona y ama incondicionalmente. Porque la condenación y la muerte son bien nuestras, no son para nada de Dios.

No está para nada mal el ayuno, claro que no. El problema estriba en el sentido que se le otorga, máxime cuando su motor primordial es la caridad, la misericordia y la solidaridad, el encuentro amoroso con un Dios inquebrantablemente fiel que no distingue entre propios y ajenos. Ello es nuestro, esa divisoria fronteriza de aguas nos pertenece. 
Para el Dios de Jesús de Nazareth todas son hijas y todos son hijos.

Con este Dios con nosotros habrá buenas noticias que serán siempre nuevas y renovadoras. Porque la Gracia de Dios nos está re-creando y resucitando a diario, a cada instante.
Cristo es la tela nueva para vestirse el alma de fiesta, Cristo es el vino que nunca se avinagra, que nos enciende las almas, que nos impulsa a celebrar. Toda esta novedad concedida por pura bondad no admite remiendos, ni parches de viejas costumbres.
Siempre hemos de estar dispuestos a ojos de niño -miradas de asombro- porque de continuo todo nos está renaciendo.

Por este Cristo hermano y Señor, con todo y a pesar de todo, la vida ha de ser celebración perpetua de estar vivos, felices de este don y misterio que es la existencia, con la segura certeza de que Él vá con nosotros.

Paz y Bien


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