El Cordero de Dios, clave de todo destino











Para el día de hoy (04/01/20) 

Evangelio según San Juan 1, 35-42










La clave de todo es el Cordero de Dios.

Cordero Pascual, Cordero perfecto para celebrar la liberación y la vida. Pero también Cordero Servidor sufriente, que se ofrece como víctima propiciatoria para el perdón de los pecados, Cordero manso y sin mancha que a pesar de la cruz triunfará sobre la muerte a pura vida. Cordero dado por Dios para la salvación del pueblo.
El joven galileo que pasa, para asombro de muchos, es reconocido por el Bautista como Cordero de Dios: sólo Juan lo reconoce entre la multitud, sólo Juan se reconoce mínimo frente a su persona, y por esa humillación Juan es tan grande.
Es la misma humildad que desoye cualquier tentación de poder, de edificar imperios, sus discípulos no le son de su propiedad, han de seguir al Cristo que pasa, y así es el ejemplo perfecto del servidor de Dios que no requiere nada para sí, que todo lo encamina hacia la verdad.

Hay un detalle sorprendente: en el colegio apostólico, en la comunidad naciente de los Doce hay discípulos que también han sido discípulos del Bautista, hombres acostumbrados a tener un maestro que los vaya formando, un sitio donde reunirse, unas características propias que los identifican.
Es también distingo de la unida diversidad de los discípulos: hay pescadores galileos, hay publicanos, hay celosos zelotes, discípulos del Bautista, cuerpo vivo multicelular que es congregado con cordial firmeza por el Cristo que los congrega. Porque si Cristo no es el centro de todos ellos y de todos nosotros, comienzan a aflorar los intereses parciales, mezquinos y particulares.

Uno de los discípulos joánicos es Andrés, no se demora en contarle a su hermano Simón lo que le ha sucedido, a quien ha conocido. Nada menos que al Mesías. El testimonio a menudo tiene pequeñísimos pasos de gorrión, pero provoca movimientos que por nada ni nadie han de detenerse.

Los discípulos que pasan del Bautista a Cristo quieren saber el lugar donde vive Jesús de Nazareth, donde enseña, cual es el lugar en donde se forman lo suyos.
La invitación es inequívoca: se trata de ir con Él, de caminar sus caminos, de vivir con Él, de amar como Él, de hacer huella en su compañía. Su lugar es el camino, porque Él mismo es camino, verdad y vida.

El encuentro con el Cordero de Dios tiene un carácter definitivo, tan fundante que hasta hay un nuevo nombre para una nueva vida.
Cefas y Cristo se encuentran, y producto de ese encuentro Cefas pasará a llamarse Pedro, nombre que revela identidad y misión.

Seguir al Cordero es atreverse a reconocer al Salvador que se nos acerca por entre la multitud, y compartir su vida, aún cuando ello implique persecuciones y cruz. El Cordero de Dios prevalece más allá de toda muerte.

Paz y Bien

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