Atar y desatar, misión de Pedro, misión cristiana










Domingo 21º durante el año

Para el día de hoy (27/08/17) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-20




La referencia geográfica es importante: la enseñanza que nos brinda el Evangelio para el día de hoy acontece en las cercanías de Cesarea de Filipos. Nos encontramos al norte de la tierra de Israel, al pié del monte Hermón -alturas del Golán-; es una ciudad con cierta historia, en la que antiguamente podía hallarse un altar del dios Baal de los cananeos, también posteriormente un altar al dios helénico de la naturaleza Pan. En tiempos del rey Herodes el Grande -aproximadamente por el año 20 a.c.-, éste erige un templo imponente en honor al César de Roma, Augusto, siguiendo la costumbre de deificar a los césares con culto propio. A la muerte de Herodes el Grande, uno de sus hijos, Herodes Filipos, renombra a la ciudad con el título de Cesarea de Filipos por dos motivos: primero, honrando desde su posición de vasallo al nuevo emperador Tiberio, y también para diferenciar la ciudad de la otra Cesarea de la costa marina.

La geografía es importante, pero no tanto en la referencia a los mapas o a la historia, sino más bien al trazado cordial: se trata de una geografía espiritual. Se trata de una ciudad en la que se ha honrado a múltiples dioses, se trata de una ciudad definida por la devoción al poderoso de turno, por elevar a la categoría de dios a un dominador imperial, por una subordinación que es ante todo interior antes que política, pues se rinde culto al poder, al que humilla naciones, al que explota y expolia a pueblos enteros.
Precisamente allí, por esos antecedentes tan específicos que parecen tan contrapuestos, sucede una de las confesiones de fé más contundentes, que a su vez -la fé es don y misterio- es fundacional, conmovedora, plena de futuro.

Jesús de Nazareth realiza una misma pregunta en dos direcciones: quiere saber qué piensa las gentes acerca de Su persona, pero más aún, que piensan los suyos, sus amigos, sus discípulos, y en la pregunta hay una afirmación velada que no ha de pasarnos inadvertida. Porque la fé cristiana, ante todo y por sobre todo, no es creer en algo, sino creer en Alguien, es una relación decididamente personal con Cristo.
Lo lógico hubiera sido escuchar -como expresaban muchas de las personas de su tiempo- que el rabbí galileo encarnaba las ansias de liberación de su pueblo, máxime en ese sitio en donde se honra al opresor, y así se lo identifique con un profeta importante o con una tonalidad mesíanica de carácter nacionalista y política.

Aún así, Simón sorprende a todos: él confiesa sin ambages que el Maestro es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Esa afirmación no es producto de su esfuerzo racional, no es la consecuencia de una exactitud lógica, sino que es fruto del Espíritu que enciende su mente e inflama su corazón. Esa fé que se atreve a confesar decide una vida nueva para el pescador galileo, y el indicio de la vida nueva se corresponde con un nuevo nombre, Pedro en su forma latina, Cefas en su raíz aramea.

En aquel entonces, el Sumo Sacerdote de Jerusalem era designado con el acuerdo y a instancias de la autoridad imperial romana. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, ese rol tan importante y prestigioso fué ocupado por Caifás. La similitud no es sólo fonética, sino que adquiere la profundidad de un símbolo: Caifás es electo desde el poder por el imperio, y oprimirá a su pueblo desde la Ciudad Santa. Cefas es elegido desde la fé por Cristo, y gobernará a partir del servicio desde la misma ciudad de los césares.

Pedro ha de ser roca para sus hermanos, promontorio firme al que se aferrará la comunidad para no quedar a la deriva en los vaivenes mundanos, fundamento de una Iglesia que no podrá ser derribada porque es Cristo quien edifica, y es la fé la que brinda sustento, fé que es don de Dios y misterio de fraternidad y confianza.
Ciertamente Pedro no es perfecto: cometerá errores, traicionará, será voluble o tal vez se arrogará prerrogativas que no le corresponden: sin embargo, lo que cuenta es la fé que lo reviste y asiste, fé que confiesa y vive.

Desde esa fé tendrá una misión que en nada tendrá que ver la imposición y el ejercicio de poder al estilo del mundo: Pedro y la Iglesia tienen por misión clara atar a la humanidad entre sí, a partir de vínculos espirituales de caridad, vínculos que perduran, y también la de desatar todos los nudos que quitan el aire, que esclavizan, que atan los corazones y doblegan las almas, desde el servicio generoso y desinteresado de aquellos que nada quieren para sí, sino que todo lo hacen por Aquél que los ha llamado primero.

Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Qué tengamos la confianza que nos da Jesús, en saber que nuestra Iglesia está edificada sobre este Piedra. Roguemos también por nuestro Papa Francisco. Amén

Publicar un comentario

ir arriba