Para el día de hoy (23/08/17)
Evangelio según San Mateo 19, 30-20, 16
Las lecturas lineales nunca son buenas, siempre es necesario ahondar en las profundidades al modo del buscador de tesoros que cava cada vez más profundo y sin desmayos. La literalidad se suele quedar solamente en la letra escrita o impresa e ignora el significado mayor, y es la madre de todos los fundamentalismos excluyentes, exclusivistas y hasta violentos.
Un ejemplo de este postulado es la lectura del Evangelio para el día de hoy. En la superficialidad, es claro que según los razonables parámetros que solemos manejar, esto es, nuestro criterio primero de justicia entendida como equidad, el a cada uno lo suyo. Más aún en el castigado ámbito del trabajo, en donde la humanidad tan a menudo se encuentra mancillada y menoscabada con condiciones brutales, destratos y salarios indignos. Y hablamos de salario en su sentido primordial, o sea, un trozo de sal entregado al jornalero o trabajador -en épocas del Imperio Romano- que por valioso, se entregaba como pago por una tarea específica realizada en un lapso de tiempo determinado, algo tan infrecuente como razonable que implica el mismo pago por la misma tarea.
No está mal, claro que nó, y quiera Dios que el mundo del trabajo y el trabajo en el mundo -único camino para la inclusión y la dignidad- discurra por caminos así de justos.
Sin embargo, la parábola de Jesús de Nazareth no se refiere a ello, sino más bien tiende a acentuar alegóricamente cualquier presupuesto o esquema que podamos graficarnos interiormente acerca de Dios, y de su esencia primordial, el amor. Y de su indescriptible vínculo paternal y maternal para con toda la humanidad, que supera infinitamente cualquier precálculo.
El Dueño de la viña paga muy bien a estos jornaleros; un denario es un salario altísimo para un día de labor. Y no conforme con ello, les paga primero a los últimos en llegar, a los que prácticamente no han hecho ningún esfuerzo, a los que -en esos válidos criterios humanos- no merecen el mismo salario que los que trabajan desde el amanecer.
La parábola habla de justicia, pero de la justicia de Dios que es la misericordia. Es asombrosa, es inconmensurable, es desmedida, es ilógica y no busca méritos, porque el amor de Dios en Cristo es el Reino aquí y ahora entre nosotros, para todos, sin excepción, sin visas, incondicional, generoso al extremo de no buscar nada a cambio, canastas inagotables de pan vivo para que nadie más pase hambre, la Gracia de Dios.
Paz y Bien
Un ejemplo de este postulado es la lectura del Evangelio para el día de hoy. En la superficialidad, es claro que según los razonables parámetros que solemos manejar, esto es, nuestro criterio primero de justicia entendida como equidad, el a cada uno lo suyo. Más aún en el castigado ámbito del trabajo, en donde la humanidad tan a menudo se encuentra mancillada y menoscabada con condiciones brutales, destratos y salarios indignos. Y hablamos de salario en su sentido primordial, o sea, un trozo de sal entregado al jornalero o trabajador -en épocas del Imperio Romano- que por valioso, se entregaba como pago por una tarea específica realizada en un lapso de tiempo determinado, algo tan infrecuente como razonable que implica el mismo pago por la misma tarea.
No está mal, claro que nó, y quiera Dios que el mundo del trabajo y el trabajo en el mundo -único camino para la inclusión y la dignidad- discurra por caminos así de justos.
Sin embargo, la parábola de Jesús de Nazareth no se refiere a ello, sino más bien tiende a acentuar alegóricamente cualquier presupuesto o esquema que podamos graficarnos interiormente acerca de Dios, y de su esencia primordial, el amor. Y de su indescriptible vínculo paternal y maternal para con toda la humanidad, que supera infinitamente cualquier precálculo.
El Dueño de la viña paga muy bien a estos jornaleros; un denario es un salario altísimo para un día de labor. Y no conforme con ello, les paga primero a los últimos en llegar, a los que prácticamente no han hecho ningún esfuerzo, a los que -en esos válidos criterios humanos- no merecen el mismo salario que los que trabajan desde el amanecer.
La parábola habla de justicia, pero de la justicia de Dios que es la misericordia. Es asombrosa, es inconmensurable, es desmedida, es ilógica y no busca méritos, porque el amor de Dios en Cristo es el Reino aquí y ahora entre nosotros, para todos, sin excepción, sin visas, incondicional, generoso al extremo de no buscar nada a cambio, canastas inagotables de pan vivo para que nadie más pase hambre, la Gracia de Dios.
Paz y Bien
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