Para el día de hoy (01/08/17):
Evangelio según San Mateo 13, 36-43
Nunca es suficiente la reiteración del mismo concepto: Jesús de Nazareth se valía de situaciones e imágenes de la vida cotidiana que compartían sus oyentes, para enseñarles y revelarles las verdades de Dios, es decir, hablaba en el mismo idioma y con los mismos códigos que esas multitudes que le escuchaban. Nosotros quizás hemos olvidado eso, precisamente el dialogar con la mujer y el hombre de hoy desde la fé y a partir de las cosas que a todos nos pasan.
En el caso puntual de la lectura que nos ofrece la liturgia del día, el Maestro utiliza una imagen campesina, rural, muy cercana y conocida para todos sus congéneres, la que también estaba cargada de contenido simbólico.
El trigo era importantísimo para la alimentación de las familias judías en la época de la predicación de Jesús: la dieta principal se componía de pan y de los eventuales peces que se obtuvieran de la pesca. Asimismo, la elaboración del pan estaba puntillosamente prescripta y determinada por la ley mosaica, variando su conformación de acuerdo al tiempo religioso que se atravesara.
Pero volvamos al trigo: esas gentes conocían bien que junto con el trigo crecía también la cizaña -lolium temulentum-, una gramínea cuya apariencia es muy parecida a la del trigo, tan parecida que era menester tener muy buen ojo para poder discriminar entre la planta de trigo bueno y la de la cizaña peligrosa. Ésta última era similar en apariencia solamente, pues sus granos eran tóxicos, de tal modo que si ellos se mezclaban con los de trigo y se producía harina, el pan producido iba a producir vómitos y a enfermar a quienes lo consumiesen.
Pero la cizaña posee otra particularidad decisiva: las raíces de la cizaña son profundas y fuertes, y por ello se entremezclan en la tierra junto a las raíces del trigo. Si se decidiera a arrancar la cizaña, inevitablemente se arrancaría y aniquilaría al trigo útil y eficaz.
El Maestro nos vuelve a decir con decisión y con la intensidad de su Palabra que nunca, por ningún motivo, podemos arrogarnos la pretensión de establecer -mediante rigorismos excluyentes- una Iglesia pura y sin cizañas ni contaminantes/contaminados. En todo caso, se podrán compendiar pecados, vicios y virtudes. Pero no somos ni el Dueño del campo ni tampoco el cosechero.
Sin embargo, la cizaña presente en nuestros corazones y en nuestras sociedades no nos exime de responsabilidad ni nos relega a una esperanza postrera y resignada.
Es importante tener buen ojo cordial para reconocer trigo y cizaña, y muy especialmente, para proteger a tantos hermanos trigales que se hacen pan compartido para todos nosotros. Es compromiso de justicia, es compromiso del Evangelio, es tarea encomendada por ese Cristo que no nos abandona, cuyo rostro resplandece en tantas mujeres y hombres justos y santos, silentes y humildes, que el Espíritu nos florece aquí y ahora.
Paz y Bien
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