La Transfiguración del Señor
Para el día de hoy (06/08/17):
Evangelio según San Mateo 17, 1-9
El ámbito es un monte, un sitio elevado; no se trata tanto del lugar físico sino más bien simbólico, espacio propicio para el encuentro con Dios.
El Maestro se ha llevado allí a algunos de los suyos. Podemos especular del porqué de su elección -los hermanos Juan y Santiago con Pedro-, pero lo importante es la cercanía. Cristo nos elige, Cristo nos conduce y a partir de esa intimidad, de esa amistad y confianza suceden los milagros y se revela la gloria de Dios.
Jesús de Nazareth se transfigura delante de ellos, allí, ante sus ojos. Sus vestiduras son tan blancas que no hay modo en el mundo de igualar esa blancura: es señal indudable de la presencia de Dios. Jamás hay que olvidar que el artesano galileo, el hijo de María es Dios.
De pronto, se les aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús.
Moisés, la Ley, y Elías, los profetas.
Moisés, aquél que conduce al pueblo de Dios hacia la tierra prometida, hacia su liberación.
Elías, quien es arrebatado de las garras de la muerte y cuyo regreso será la señal exacta del inicio de los tiempos mesiánicos.
Todo ello confluye en Su Persona: en Cristo todo encuentra pleno sentido y trascendencia, y aquellos que trabajan por la libertad y por la vida, aún cuando no lo sepan, están en diálogo permanente y cercanía con Él. Vida y libertad siempre son cosas de Dios, vengan de donde vengan.
Cristo, Señor de la historia, lo ratifica con su inefable transparencia, Mesías presente que trae vida y liberación para su pueblo.
No basta con oir. Es menester escuchar, escuchar con atención: Jesús de Nazareth es el Hijo amado de Dios, y por Él todos y cada uno de nosotros nos descubrimos también sus queridísimos hijos por quienes se desvive en la soberanía absoluta de su amor.
Escuchar. Tener los ojos abiertos y el alma atenta pues por la fé, don y misterio, acontecen encuentros sagrados en donde se nos revela la gloria de Dios en la pequeñez de nuestras existencias.
Son momentos únicos, asombrosos, fundantes. Dan ganas que no se terminen nunca, las mismas ganas de Pedro de acomodarse, de quedarse allí.
Pero es menester volver al llano, allí mismo en donde transcurre el tiempo y tantos languidecen en sombras de muerte, volver con esa humilde esperanza que desaloja al miedo, porque allí, en esa cotidianeidad a menudo tan gris, el resplandor santo de ese encuentro sagrado se ha de renovar para los corazones atentos y dispuestos.
Dios se sigue manifestando, y resplandece en el rostro de los pobres y los pequeños.
Paz y Bien
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