Para el día de hoy (27/07/14)
Evangelio según San Mateo 13, 44-52
Un análisis superficial razonablemente nos conduce a meditar por separado cada una de las parábolas de Jesús de Nazareth que la liturgia de este domingo nos ofrece. Ello así pues, en apariencia, varían fundamentalmente las actitudes, la proactividad, la finalidad.
Por un lado observamos al hombre en el campo: muy probablemente se trate de un jornalero que se esfuerza en campo ajeno.
Era tenida por habitual en el siglo I -en parte por los constantes conflictos bélicos, en parte por los gravosos tributos impuestos por el Imperio- ocultar dinero u objetos de valor dentro de vasijas de barro y, a su vez, éstas enterrarlas en sitios predeterminados. Así, es muy probable que nuestro labriego se encontrase con uno de estos tesoros y que nuevamente lo esconda para no perderlo, hasta el momento en que pudo hacerse de valores suficientes para adquirir dicha parcela y ser en plenitud dueño de ese tesoro. Hablamos de un campesino, de alguien que vive con lo justo y, a vece, con menos que eso, por lo que también es dable suponer que adquirir ese terreno le ha llevado un ingente esfuerzo y una buena cantidad de tiempo.
Por otro lado, observamos también al mercader de perlas. Es muy distinto al jornalero, pues éste sólo hace su labor para ganar el sustento, no anda en busca de nada en particular. El mercader es un buscador profesional de gemas valiosas, habituado a comerciar con ellas, es decir, a comprar sus adquisiciones a un precio determinado y luego a revenderlas a un valor mayor; así, tan obviamente, edifica su fortuna. Más como buscador experto, un día encuentra una perla única y en su experticia sabe que vale la pena poner toda su fortuna para poseer esa gema incomparable. El hombre es calculador y sigue razonando en términos de valor y riqueza, y por eso mismo juega su riqueza en pos de la perla encontrada.
Sin embargo y en apariencia, la red es disímil a las dos parábolas anteriores, toda vez que asoma sin protagonistas puntuales, pues los pescadores -desde una perspectiva literaria- son actores secundarios que intervienen al tiempo de la colecta de la pesca. Lo que cuenta aquí es que es una red amplísima que todo lo recoge, peces buenos y peces malos; extrañamente, esta red opone a su extraordinaria eficacia -nada se le escapa- una cierta falla al recoger pesca estéril, pescados inútiles. Sin embargo, cuenta porque la separación acontecerá al final; en el mientras tanto la red barre el mar para que todos los peces, buenos y malos, permanezcan vivos.
Hasta aquí una comparación pobremente somera. Lo que en verdad prevalece en los tres ejemplos, en las tres enseñanzas, es el absoluto que subyace. Para el jornalero como para el mercader, se trata de transformar sus existencias, tan distintas entre sí, al encontrarse con un valor único que les otorga un sentido nuevo y por ello una ética, una praxis que se orienta a ese horizonte que irrumpe en sus días. En la parábola de la red, el absoluto amanece en todo lo que no ha de eliminarse. Tenaz y taxativamente, la red a nada ni nadie descarta, imagen del Dios de Jesús de Nazareth que aún no hemos terminado de aceptar.
Porque el Reino acontece aquí y ahora, en nuestra cotidianeidad. A todos se ofrece, por todos -justos e injustos, santos y pecadores- se deja encontrar como un valor que no perece y que todo lo transforma. En una cercanía metafórica, diremos que está tan cerca que así, está al alcance de cada corazón.
Por eso corazones renovados nada descartan de antemano, porque en cada persona, en cada acontecer, en cada instante pueden descubrirse resplandores valiosos, viejos y nuevos, por los que vale la pena abandonarlo todo, hacer historia y pasado para que el presente cambie y para que germine fuerte y pujante un futuro frutal.
Paz y Bien
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