Para el día de hoy (14/07/14)
Evangelio según San Mateo 10, 34-11, 1
La literalidad es causa de todos los fundamentalismos. Y es también una maldición, pues se atiene a la pura letra del texto pero reniega del Espíritu que la inspira.
De ese modo, se han justificado acciones espantosas y brutales, entre las que destaca la pretensa imposición del Evangelio mediante la fuerza, el imperialismo omnímodo, la espada desenvainada... en especial contra aquellos que no pueden defenderse. Sería demencial en abstracto, pero es absolutamente contrario a la Buena Noticia, la espada o el poder enarbolados en nombre de Dios, más allá de cualquier razón.
Sin temor a equivocarnos, esas posturas de defender la fé es similar: como si la fé fuera cuestión de nuestros méritos y esfuerzos, y nó don de Dios, bendición, Gracia. En esos trances, olvidamos que a los que hay que defender aún a costa de la propia vida son a los propios hermanos, especialmente a los más pequeños e indefensos.
En realidad, el Maestro apela a una figura extrema para despertarnos conciencia y corazón. Es que la Buena Noticia no admite medias tintas, vidas dobles, tibiezas. Y la fidelidad al Reino -bendición y sueño perpetuo de Dios para toda la humanidad- necesariamente traerá aparejados conflictos, bravas confrontaciones incluso con aquellos que consideramos propios o cercanos.
Más que a estos riesgos concretos, hemos de temer a que nada pase, a que todo transcurra con apacible rutina de falsa calma: eso sucede cuando se renuncia a la profecía en pos de una supuesta prudencia que no es más que cobardía razonada
Aún así, con todo y a pesar de todo, no podemos pasar por alto lo crucial: la plena y absoluta identificación de Cristo con sus discípulos, con todos y cada uno de nosotros, pequeñísimos mensajeros en mares enormes, en la lucha diaria por que la justicia y el derecho florezca, por quitar las cizañas de la muerte para que germine con su perfume único la eternidad.
Paz y Bien
1 comentarios:
*La nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que la muerte
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