Lo que no cuenta a los ojos del mundo es importantísimo a los ojos de Cristo














Para el día de hoy (29/10/19): 

Evangelio según San Lucas 13, 18-21










La semilla de mostaza parece perderse en la palma de la mano, de tan pequeña e insignificante que es su apariencia. Nadie daría mucho por ella, y más aún, nadie se detendría un instante a observarla con detenimiento.
Pero esa ínfima semilla, tan pequeña, esconde en su interior una vida insospechada, al punto de germinar en las entrañas de la tierra, romper los terrones apretados del suelo y brotar de cara al sol, hasta convertirse en un arbusto frondoso, cobijo para tantos pájaros sin nido.

Contrariamente a los parámetros mundanos usuales, la fuerza de la semilla está en su propia debilidad. Cuando cae en tierra, se parte y germina y crece sin parar.
Así es el Reino de Dios: una realidad humana mínima, insignificante, sin relevancia aparente, que conoce sus limitaciones pero que sabe también no confía en su propia fuerza, sino en el amor de Dios que todo lo transforma.

Lo que no cuenta a los ojos del mundo es importantísimo a los ojos de Cristo, y es a través de la pequeñez por donde irrumpe la Salvación, por donde florece la vida.

Aún con esa fuerza imparable, hay un convite inesperado: el Dueño del campo nos invita a ser labriegos, campesinos que siembran sin cesar confiados en las bondades de esa semilla que tiene por destino el crecimiento, el florecer, el ir hacia arriba. No se trata tanto de ser imprescindibles o nó, sino de la confianza que se ha depositado en nuestras manos, de la grata tarea de seguro buen final, de la comunión asombrosa entre Dios y el hombre, el milagro de la Encarnación.

Porque toda semilla de bondad, sea cual fuere su origen, vá a florecer con la savia eterna que se nos ha concedido.

Paz y Bien

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