La vida, un tiempo santo para que la Gracia fructifique















Para el día de hoy (26/10/19): 

Evangelio según San Lucas 13, 1-9







Siempre es necesario tener presente que los Evangelios no son crónicas históricas, ni es la intención de los Evangelistas presentar relatos históricamente exactos: los Evangelios son relatos o crónicas teológicas, es decir, espirituales, aún cuando en ellos puedan encontrarse datos que se correspondan con hechos puntuales.

En la lectura a la que nos invita la liturgia del día, Jesús de Nazareth hace referencia a dos de esos hechos específicos, un hecho brutal consumado por el pretor romano Pilato y el derrumbre de una torre que causa numerosas víctimas.
Estos dos hechos probablemente no encuentren constataciones o certificaciones científico-historiográficas; sin embargo, regresamos al postulado inicial. Y es menester señalar también el plano simbólico, la invitación a ir tras la superficie, más allá de lo evidente y encontrarnos con significados trascendentes.

Uno de los hechos destacados es el homicidio de varios galileos en el Templo por parte de las tropas romanas de Pilato: ello se condice con lo que en la actualidad se conoce de Poncio, su infame brutalidad sin límites y un antisemitismo abierto y sin restricciones, que a la par del gravoso significado del dominio imperial de la Tierra Santa por extranjeros, añadía cuanta injuria se le ocurriera que pudiera ofender a ese pueblo sometido.
La ejecución de galileos, con toda probabilidad, responde a importante inserción en Galilea del movimiento zelota, aquél que propiciaba la lucha armada, violencia sin restricciones para librarse de los romanos. Todos los zelotas, por ende, eran considerados subversivos de la peor especie, y en el status de la Roma imperial la sedición/subversión se pagaba invariablemente con la pena capital. Pero aquí no se trata tanto del horror del ajusticiamiento de guerrilleros, sino del modo: el bruto Pilato no se conforma con quitar la vida a varios hombres, sino que mezcla la sangre de esos muertos con la sangre de los animales utilizados en los sacrificios sagrados del Templo. Ello constituía para un pueblo tan religioso como el de Israel una infamia insuperable: han sido ofendidos en el ámbito en donde se aferra su identidad primordial.
Por otro lado también, el Maestro menciona otro hecho luctuoso, la muerte de varios jerosolimitanos tras el derrumbe de la torre de Siloé.

Si avanzamos por uno de los postulados iniciales de estas líneas -el plano simbólico- nos encontraremos conque el cuadro global nos presenta a los duros galileos del norte y a los mansos jerosolimitanos del sur, unos siempre bajo sospecha heterodoxa por su origen periférico, otros presupuestos como respetuosos observantes de la Ley, y allí se contiene a toda la nación judía, buenos y malos, y la consecuente interpretación que se realiza frente a una muerte injusta, violenta, inesperada.
Para una mentalidad religiosa como la imperante en aquél tiempo, las desgracias son la consecuencia necesaria de actos precedentes, es decir, una muerte tal vez impredecible y horrorosa sea la consecuencia de pecados pretéritos, un castigo divino por infidelidades, una modalidad terrible del por algo será, el vislumbre de un Dios severo y punitivo que ajusta las cuentas de los deméritos de su pueblo.

El Maestro, con esta hipérbole fundada en hechos reales, parecería que quiere indicarnos que todos, sin excepciones y tarde o temprano hemos de morir, y que tal vez sea necesario enderezar la vida de acuerdo a ello. Pero hay más, siempre hay más.
No se trata de razonar o justificar las desgracias, sino más bien y ante todo de vivir conforme a la Gracia, que no es más ni menos que vivir plenos, felices, enteros de humanidad. Las calamidades son la consecuencia directa de varias miserias y mezquindades, y nó de los castigos divinos.

La verdadera des-gracia es no aceptar ni aprovechar, aquí y ahora, el tiempo santo, el tiempo de más -totalmente inmerecido- que Cristo ha pagado para nosotros con su propia vida para que podamos crecer y dar frutos, el don asombroso de la infinita paciencia de Dios.
Porque la existencia y el destino han de edificarse, no está todo escrito y definido de antemano y así somos meros espectadores, sino hijas e hijos de Dios que labran su propia historia en sintonía propia de libertad.

Paz y Bien

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