El Espíritu del Resucitado fecunda todo el universo para que no haya más silencios














Para el día de hoy (19/10/19):  

Evangelio según San Lucas 12, 8-12







Con el correr de los siglos se nos ha establecido y hemos aceptado una brecha infranqueable entre cielo y tierra, lo divino y lo humano, y a partir de ello será el modo de nuestro obrar, muy preocupados por el más allá pero consuetudinariamente olvidadizos del más acá.

Pero creemos en este Dios, el Dios de Jesús de Nazareth.
Este Dios es, sin dudas, el totalmente Otro. Hay una inmensidad indescriptible entre su eternidad y nuestro minúsculo lapso de vivir, que llamamos existencia. Pero este Dios es Amor, es un Dios que nada se reserva para sí, que no se aisla en cielos infinitos e inaccesibles. Es un Dios que se hace instante, se hace historia, se hace hombre, se hace uno de nosotros, en santa urdimbre de tiempo y eternidad, y por el que la tierra puede a su vez ser santa también.
Ha quedado tendido un puente para que nadie más quede aislado, y es un puente que late, Jesucristo, Dios que revela su rostro y se dá a conocer, Dios que sale al encuentro de la humanidad, Dios de la búsqueda tenaz y el reencuentro siempre feliz.

Frente a esto, es imperioso preguntarnos -corazón adentro, allí mismo en donde germina la verdad- a que Dios confesamos. Y más aún, si por esa confesión somos reconocidos como suyos, su gente, sus padres, madres, hermanos, en esta familia creciente que llamamos Iglesia.

Quizás nos aferramos a ciertas seguridades del culto y las normas religiosas. Es claro que esto es muy importante.
Pero seremos juzgados en el amor.
Por ello confesamos a este Cristo en el servicio abnegado, en la compasión para con el doliente, el caído, el que agoniza, la fraternidad con los pequeños y los que no cuentan, la protección denodada de todo aquel que no puede defenderse. Y todo por Él, y todo en su Nombre.

De seguro que nos descubriremos cada vez más mínimos, irrelevantes, carentes de palabras. Más no debemos preocuparnos, pues lo que diremos, porque Él habla por nosotros, en nosotros y se expresa en verbos y en gestos concretos.

El Espíritu del Resucitado fecunda todo el universo para que no haya más silencios, para que la humanidad recupere la Palabra de Salvación.

Paz y Bien

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