Niño, pañales y pesebre, señal de Salvación












Vigilia de Navidad - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/18)  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14








Ciento veinte kilómetros, aproximadamente, es la distancia que separa Nazareth de Galilea de Belén de Judá.
Visto sobre un mapa, y más en estos tiempos, no parece una gran distancia. Tampoco le importa mucho al César Augusto, que manda empadronarse a todos sus súbditos a su lugar de origen.

José y su familia son originarios de esa Belén que tantas tradiciones porta, y cuyos orígenes refieren al rey David. Y hacia allí van, quizás en un viaje arduo y trabajoso por varios senderos de montaña, tal vez un viaje de diez días.

Una distancia sin dudas enorme para un embarazo tan avanzado como el de María.

Pero otra distancia no tan visible es la que no pueden franquear. Ellos son galileos, de un pueblito que no figura en los mapas: como tales, son siempre sospechosos de heterodoxia, de contaminación profana, y una mirada despectiva hacia los provincianos desde la rigurosa Judá de la estricta observancia religiosa. Seguramente las ropas y el acento los venden sin ambages. Quizás fuera ése uno de los motivos para no brindarles alojamiento en la posada, con la excusa de que no hay lugar por la marea de gente que vá de un lado hacia el otro por el censo imperial.
Pero María está en trabajo de parto, y una parturienta -para los severos criterios imperantes- es una impura que es mejor aislar, y esa impureza se propala a todos los que estén cerca o entre en contacto con la novel madre. Esa misma muchachita judía de la periferia concurrirá poco tiempo después al Templo y ofrecerá dos pajaritos como ofrenda de purificación.
Mejor no arriesgarse a tales problemas, ni locos. Fuera, es una posada respetable.

El apuro no se puede postergar. Basta un poco de imaginación para situarse en las angustias de esa joven madre primeriza en un refugio de animales -casi a la intemperie-, y de ese artesano galileo que quizás no sepa qué hacer en esos menesteres del parto.

Por la zona trabajan unos pastores que pasan la noche al aire libre, al cuidado de sus rebaños. Son los últimos, los trabajadores muy mal pagos y que se desloman por su pan. Carecen de buena fama porque los suponen amigos de lo ajeno y, por oficio, infractores frecuentes del sábado e impuros por las heces de las ovejas. No, no los invitarías a tu mesa navideña, y en esos tiempos menos que menos les abrirían las puertas del hogar familiar.

Tiempo nuevo, tiempo extraño, tiempo asombroso. El Ángel del Señor lleva una gran noticia, la mejor de las noticias: ha nacido un Salvador que será una enorme alegría para todo el pueblo, Aquél que todos esperaban, empezando por ellos mismos.
Mensaje imborrable por el cual la historia humana dá un giro definitivo, y que se escucha con gloria y con paz en los corazones de los humildes.

Hay una señal para reconocer al Salvador: bebé, pañales y pesebre.

Dios asume nuestra limitadísima condición desde la fragilidad de un niño que se adormece en brazos de su madre, que sufre el frío y tiene hambre.

Bebé santo, pañales para cuidar la vida, pesebre humilde de cobijo. Señales de salvación para todos los pueblos.

Feliz Navidad para todos

Paz y Bien



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