La mansa rebelión de la conversión














Para el día de hoy (14/12/18):  

Evangelio según San Mateo 11, 16-19







En la lectura que nos brinda la liturgia del día, el Maestro se vale de una imagen de juegos infantiles para expresar su crítica a ciertos sectores que le oyen pero no le escuchan. El término generación quizás resulte demasiado abarcativo, y su significado primero refiere a los dirigentes religiosos de esa época, escribas, fariseos y saduceos.
Esos hombres eran profundamente religiosos, pero a su vez estaban atrapados por el entramado legalista de la religiosidad que representaban y conducían. Primaban sus esquemas pero nó su Dios, aunque declamaran piedad y devoción; de ese modo, todo aquello que no se amoldara a sus criterios se execraba con críticas impiadosas y brutales.

Era una actitud caprichosa, la misma de aquellos a los que nada satisface ni conviene. Cuando crece demasiado el ego, no hay sitio ni para Dios ni para el prójimo. Nada les conforma y no se trata de elogiar actitudes antiacomodaticias. Se trata de la crítica porque sí, la expansión de los chismes, los murmullos que socavan, el rostro en rictus amargo que revela una vida des-graciada.
En realidad, si ahondamos un poco, esta actitud es conveniente a todos aquellos que exhalan críticas de continuo pues de ese modo nada vá a cambiar. Criticar para que todo permanezca igual.

De esa manera, el Bautista -profeta en el desierto, ascético e íntegro- es quizás demasiado religioso, un loco místico demasiado sagrado. Pero lo que dicen el Maestro es muy peligroso, aunque sólo apareciera como una expresión de desprecio dedicada a menoscabarlo ante el pueblo.
Esa actitud es conocida en nuestros tiempos, tantas personas ajusticiadas en los medios sin justicia y sin poder defenderse.

El Maestro compartía afablemente la mesa con pecadores, con fariseos, con publicanos. De allí se valían para sindicarlo como un glorón y un borracho: la acusación es grave, pues en Dt.21 esa actitud implica, lisa y llanamente, la pena capital.
Igualmente, encontrarían mil maneras de expresar su desagrado porque el Maestro era nazareno, galileo, pobre, blasfemo. O los de este tiempo porque el pontífice anterior era alemán y frío y este -Dios nos libre- es sudaca y habla como un curita de pueblo, o porque muchos profetas contemporáneos no tengan pergaminos, o porque se ha preclasificado al prójimo en alguna insomne categoría de desprecio caprichoso.

Abandonar las costumbres, lo habitual, no es sencillo. Requiere un gran esfuerzo cordial, y más aún si esa mansa rebelión implica compromisos y muy especialmente conversión.
El Adviento, tiempo santo y bendito que se nos ofrece, es el llamado a desandar esos pantanos y encaminarnos por la huella del Evangelio, en justicia y verdad, en caridad y compasión, en humildad y servicio.

Paz y Bien

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