No son los gestos ni los ritos quienes nos purifican, sino Cristo quien nos transparenta y nos libra de las miserias















Para el día de hoy (16/10/18):  

Evangelio según San Lucas 11, 37-41







Los gestos y los rituales son muy importantes porque en ellos se expresa la devoción y el temor y el profundo respeto hacia lo sagrado y, quizás, el modo de vincularse con Dios.
Los problemas comienzan cuando esos gestos, esos ritos devienen en fines en sí mismos y nó en medios. A partir de allí suelen edificarse enormes andamiajes absolutistas que remiten a lo superficial, pues no implican un cambio de existencia, eso que llamamos conversión.

Los absolutismos arrastran el desconocimiento y el repudio del otro y del distinto, la crítica que sólo intenta la destrucción, la conformidad con lo que se es, escindiéndose de la posibilidad de crecer y mejorar junto a los demás.
De esa manera, la superficialidad se agota en sí misma, renegando de toda posibilidad de trascendencia, rechazando la santificación del hermano, la profecía en la voz de los pobres y los pequeños, la sabiduría de los ancianos, las ansias de justicia de los pueblos.

Tal vez sin expresar su crítica abiertamente, algunos hombres -profundamente piadosos ellos- cuestionaban que el Maestro no se lavara las manos antes de comer; ello no responde tanto a cuestiones de higiene sino a las abluciones rituales que prescibía la Ley con toda puntillosidad para cada acción. Es claro que no se fijaban en el bien que Él prodigaba de manera incondicional a todos, sino la rigurosidad ritual que fuera capaz de mantener, y con eso también lo menosprecian y desmerecen. Se quedan en la mera superficie sin tener en cuenta ni considerar acaso que su ministerio -su Palabra y sus signos- fueran cosas de Dios, el amor de Dios entre ellos.

No es del todo una actitud acotada al siglo I de nuestra era. Con el mismo talante se desoye la voz de Dios en los humildes, la trascendencia de la solidaridad, la compasión que nos humaniza y nos asemeja a Cristo.
Con la misma torpe soberbia, se cuestiona que el Papa Francisco no ejerza un poder monárquico imperial, que pomga por delante la misericordia y la justicia, que su voz sea tan de las periferias, tan galilea, tan sin pergaminos.

La comunidad cristiana se afirma en su fé en Cristo, se alimenta de su Palabra y su Cuerpo, y expresa su fé en los sacramentos, signos sensibles y eficaces de la Gracia de Dios.
No son los gestos ni los ritos quienes nos purifican, sino Cristo quien nos transparenta y nos libra de las miserias con la inmensidad del perdón de Dios.

Paz y Bien

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