Dios nunca se separa de nosotros















Domingo 2º durante el año

Para el día de hoy (07/10/18): 

Evangelio según San Marcos 10, 2-16









Jesús se encuentra fuera de Galilea, en camino a Jerusalem. En ese peregrinar sucederá la discusión y la enseñanza que el Evangelio para el día de hoy nos relata.

Por un momento, es menester detenernos en intentar establecer quienes eran los fariseos, pues el término -con sobradas razones- es directamente utilizado como adjetivación peyorativa.
Los fariseos -pherushim o ferushim, separados- eran una importante facción religiosa en el tiempo de la predicación de Jesús: había surgido en los tiempos duros de la diáspora y el exilio babilónico, y probablemente fueron la  respuesta social y religiosa en aras de mantener la identidad y la fidelidad a la Ley que los constituía como nación.
Con el tiempo, sus posturas se volvieron cada vez más estrictas, representando su doctrina la ortodoxia más pura. Son esclavos de la pura literalidad, cuna de todo fundamentalismo.
Para ellos, la Ley de Moisés es explícitamente inconmovible y fundante: se puede razonar y reflexionar alrededor de ella, pero jamás cambiarle ni una coma, por ser considerada de origen divino. A partir de allí, establecerán rígidas posturas de pureza e impureza, de pertenencia o de ostracismo acordes a la puntillosidad de la observancia.

Así entonces, desde el mismo comienzo de su ministerio, el rabbí galileo fué transformándose de una incómoda molestia a un enemigo harto peligroso. Seguramente y casi a escondidas, lo despreciaban por su tonada campesina, por ser hijo de carpintero, por no tener la misma formación académica que ellos y, por sobre todo, por llamar al Dios lejano Abbá, Papá.

En este choque, le formulan una pregunta en apariencia inocente que, en realidad, esconde una trampa. Buscan que el Maestro abiertamente reniegue de la Ley de Moisés buscando su exoneración y el rechazo de todo el pueblo por blasfemo.
Pero Jesús siempre está un paso adelante de todas nuestras aspiraciones y planes, y como Dios, vá más allá, siempre a más, siempre para más.

La falaz inquietud farisea versa sobre la licitud del divorcio, más no como tal vez la entendamos en nuestro presente.El planteo se fundamenta acerca de los derechos del varón, dando por sobreentendido la carencia de los mismos por parte de la mujer; reafirman -aún dentro del silogismo tramposo- que sólo el varón puede divorciarse, no así la mujer, En cierto sentido, se trata de un derecho de propiedad, al igual que los varones de ese tiempo ejercen sobre sus mujeres, sus haciendas, sus niños y sus esclavos.

Seguramente, Jesús de Nazareth los deja estupefactos y apabullados de asombro. Lo primero que reafirma es la temporalidad de la ley mosaica, ley que se establece debido a los desvíos de las conductas y a las durezas de los corazones de los hombres.
La ley de Moisés es un instrumento y nó un fundamento; el fundamento se enraiza en el corazón sagrado de Aquel que dá la vida y es la vida. Por eso la ley limita aberraciones pero no conduce a la conversión.
La conversión acontece en primer lugar por el Espíritu de Dios que nunca deja de buscarnos.
Por ello mismo, la absolutización de la ley -o de dogmas, preceptos y normas- es una a-berración antes que una con-versión, y poco o nada tiene que ver con la Buena Noticia de Dios que Jesús anuncia.

Así, el matrimonio es indisoluble porque es inseparable el amor que Dios nos tiene, a pesar de nuestras deslealtades e infidelidades. Dios no renuncia ni nos dá la espalda, y una mujer y un hombre que se aman lo hacen para siempre, aún cuando los egoísmos y los golpes de la vida los vayan escindiendo de ese destino de plenitud y de mixtura santa para el que todos hemos sido soñados.
Porque los quebrantos germinan en los corazones antes que en las infracciones de las normas.
Todo comienza en los corazones y se expresa en los cuerpos, en la donación mutua de la vida, en el florecer de los hijos.

Por ello es imprescindible volver a ser niños.
No es una argucia bucólica o ingenua, se trata del regreso a la confianza, a Dios Padre y Madre que jamás renuncia a nosotros, en el que creemos, por el que respiramos y que sustenta nuestras existencias. Porque todo es don, todo es Gracia.

Paz y Bien


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