La alegría de sabernos cobijados desde siempre y para siempre, en el corazón amable del Dios de la vida















Para el día de hoy (06/10/18): 

Evangelio según San Lucas 10, 17-24







Los setenta y dos enviados regresaban donde Cristo, plenos de asombro, eufóricos y encendidos de alegría. Habían cumplido con todo lo que se les había encomendado, y no hubo nada que obstara a ese cumplimiento cabal.
Viven en tiempo presente el poder mesiánico de Cristo, su fuerza liberadora, la presencia salvadora de Dios en sus manos y en sus corazones, y el Maestro lo sabe.

Pero también sabe que el brote germinal de la Buena Noticia que se crece en ellos debe tener un tutor, para que las ramas crezcan sin desvíos, frondosas y frutales. Porque esa euforia entraña cierto peligro, la tentación de mensurar la acción misionera según éxitos o fracasos, que en cierto punto implica una ética inadmisible y opuesta al Evangelio.
Los exitismos implican aferrarse a la pura praxis sin destino ni sentido, a las victorias que discriminan entre victoriosos y derrotados, a los mensajes declamados y no proclamados, slogans sin contenido trascendente.
Además, la euforia suele quedarse en la superficie, en el epifenómeno, en los efectos secundarios pero suele olvidar las causas, y -se sabe- es un estado de ánimo muy humano pero a su vez muy volátil, poco firme. Quizás por ello la euforia sea la contracara de la depresión.

En realidad, el Maestro quiere que depositen sus miradas y corazones en lo verdaderamente importante, que no es tanto la victoria sobre el Maligno y las fuerzas del enemigo que hacen daño y que ante la fuerza de Cristo retroceden.
El verdadero motivo del júbilo es que sin merecerlo y sin adquirirlo, a pura bondad incondicional, en total donación irrestricta, ellos pueden vivir y compartir la vida misma de Dios.

No es cosa que se adquiera en los libros ni en estrados de poder: los pequeños, los humildes lo saben bien, y se revisten de mansa y festiva gratitud porque su Dios se hace presente como ofrenda y regalo en la pequeñez de sus existencias. Esa presencia infinitamente generosa de Dios es la causa de nuestra liberación.

La alegría de sabernos cobijados todos y cada uno de nosotros, desde siempre y para siempre, en el corazón amable del Dios de la vida.

Paz y Bien

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