Ponerse al hermano caído al hombro, sin condescendencia, a puro servicio












Para el día de hoy (05/07/18):  

Evangelio según San Mateo 9, 1-8









El relato de la sanación del paralítico lo podemos encontrar en los tres Evangelios sinópticos; especialmente en Marcos y Lucas hay una abundancia de detalles -recordemos que se menciona cuando descuelgan al enfermo a través de un boquete que abren en el techo- mientras que en Mateo la descripción es mucho más concisa, casi austera.
Mateo parece dejar de lado esos detalles de varios colores para que la mirada del oyente/lector se enfoque en el maestro y en Su Palabra.

Cristo ha manifestado su soberanía, su poder -exousía- en la predicación de la Buena Noticia, quizás con mayor relevancia en el Sermón del Monte, y su señorío sobre los elementos y las fuerzas de la naturaleza. Ahora ha llegado el momento de revelar su autoridad sobre aquello que oprime y demuele el corazón del hombre, el pecado, cuyas consecuencias afectan inclusive a la constitución física, corporal.
Así expresará el amor liberador, la misericordia de Dios que redime, restaura y levanta al caído, pues no ha venido en tren de juicio sino en santa misión de rescate de los perdidos. Esa misericordia del Padre se hará explícita perdonando.

El paralítico no es solamente un hombre incapacitado de moverse. Su postración también es simbólica, un cuerpo agobiado por la enfermedad, un corazón doblegado por las miserias y la esperanza en retroceso por cierta mentalidad que induce a la resignación, a aceptar las patologías como insigne castigo de un Dios juez y verdugo severo, a cuenta de los pecados propios o de los padres. Su mundo se reduce a la estrechísima superficie de la camilla inmóvil, como a tantos de los nuestros se le ha acotado el horizonte a un presente sin destino, obscuro y agobiante.

Cuando eso acontece, es menester estar atentos.

A veces hay que ponerse al hermano postrado al hombro, y conducirlo humildemente de regreso al ámbito amplio de la mesa grande, de la serena alegría, de estas pequeñísimas existencias que somos y que compartimos en el nombre de Cristo.

Ponerse el hermano al hombro sin aspavientos ni condescendencia, en afanes de esperanzas recuperadas, de tiempos mejores, de sal y de luz, de Cristo vivo, amigo, hermano y Señor. Cuando el hermano se apaga, el pequeño rescoldo de la salvación se mantiene encendido por la caridad aunada de la Iglesia, brasa grata y fraterna que nos despeja los fríos de la muerte.

Es claro que los razonadores de siempre pondrán las objeciones del caso, como si para hacer el bien hubiera que andar pidiendo permisos y autorizaciones.
Sin embargo, en una revelación de asombrosa confianza, así como el Padre ha dado la autoridad del perdón al Hijo, éste la ha concedido a su Iglesia. El perdón de los pecados, vendar los corazones, sanar la totalidad de la persona humana, salud y salvación, alegría para el pueblo que cree, espera y confía.

Paz y Bien

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