El seguimiento de Cristo no es para simpatizantes o cristianos de medio tiempo














Para el día de hoy (02/07/18) 

Evangelio según San Mateo 8, 18-22







A Jesús no le gustaban demasiado las multitudes fervorosas o eufóricas. Lo masivo no necesariamente es popular y suele despersonalizar a las gentes, por más que tan a menudo gustemos de afirmarnos en la aparente fuerza de los números y la masividad; sin embargo, lo que cuenta es lo que habita en los corazones, y un corazón transparente, humildemente firme en Dios, puede lo que no pueden ejércitos ni poderes.

Hay que atreverse a sumergirse en las profundidades de ese mar sin orillas del Evangelio, con el coraje necesario para ir más allá de la literalidad, infinito universo de los corazones que se entreve desde los signos y los símbolos.

Así entonces, a Cristo no se lo puede encerrar en moldes prefabricados ni pretender -absurdamente- apropiárselo por la fuerza de la cantidad o la pertenencia. Este Cristo siempre se nos cruza a las otras orillas, tierra sin mal de la libertad, de la Salvación.

Pero el seguimiento de Cristo no es para simpatizantes, adherentes o piadosos cristianos de medio tiempo.

El seguimiento de Cristo implica imitar en la propia existencia toda su vida, vivir como Él vivía, amar como Él amaba, ser fiel hasta el extremo de morir por esa tenacidad, no reservarse nada para sí, no buscar excusas ni atenuantes. La radicalidad del Reino es una vida nueva, de contundencia definitiva.
Es también desprenderse de todo lo que se hace lastre, lo que ata, lo que detiene, que el pasado sea en verdad historia para que pueda ser fértil el presente y germine el futuro, para que lo que es viejo, lo que perece no condicione ni imponga determinaciones.

Para que acontezca la Salvación a partir de nuestro testimonio, no por nuestros méritos, sino porque es Cristo quien vive en nosotros.

Paz y Bien


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