Para el día de hoy (20/06/17)
Evangelio según San Mateo 5, 43-48
Desde una mirada histórica, perspectiva de estudio sociológica y filosófica, la irrupción de Jesús de Nazareth en la historia humana no supone, directamente, la institución de una nueva religión.
Es difícil objetivarnos, pues están en juego nuestros afectos, el corazón mismo. Pero una toma de distancia nos descubre a un rabbí itinerante, a un varón judío de origen muy humilde que habla de su Dios de una manera muy extraña, con una confianza y cercanía que ni por asomo se acerca a la ortodoxia oficial, pero que no convoca a derribar templos, a trastorcar estructuras de culto e imponer conceptos ni un cuerpo dogmático. Por el contrario, frente a las polémicas y a las críticas, reafirma que no ha venido a abolir esa Ley que constituye el nodo fundacional del pueblo de Israel, sino a darle su pleno cumplimiento.
Pero por otra parte, esa objetivación intentada nos muestra también una impensada religión humanizada. Quizás y con razón, de tan humana parece desacralizada, extrañamente ajena a lo que solemos entender por trascendencia sacral, peligrosamente secular y cercana al corazón del hombre.
Es que Cristo hace todo lo que hace y enseña y propone el Reino, la Buena Noticia del amor de Dios desde su experiencia única de identificación total con ese Dios al que descubre como Abbá.
Tal vez sea precisamente el saber que el Reino está aquí y ahora entre nosotros, que el cielo comienza en la cotidianeidad por oblación infinita de la ternura de Dios que deviene, a veces, tan utópicamente lejana.
El misterio de la Encarnación supone un tiempo nuevo, un tiempo santo -kairós- de Dios y el hombre, una historia nueva urdida en común, desde vínculos familiares. Y solamente desde esos nuevos lazos es posible comprender la postura del Maestro acerca de quien nos odia o nos hace daño.
En la perspectiva de su corazón sagrado no hay propios y ajenos, sólo hijas e hijos, hermanas y hermanos, el horizonte inconmensurable del nosotros con Dios mismo.
Porque el Reino es cosa de locos, de atrevidos, de aquellos que se atreven a amar más allá de cualquier previsión porque primero y ante todo se saben queridos y amados por Dios.
Paz y Bien
Es difícil objetivarnos, pues están en juego nuestros afectos, el corazón mismo. Pero una toma de distancia nos descubre a un rabbí itinerante, a un varón judío de origen muy humilde que habla de su Dios de una manera muy extraña, con una confianza y cercanía que ni por asomo se acerca a la ortodoxia oficial, pero que no convoca a derribar templos, a trastorcar estructuras de culto e imponer conceptos ni un cuerpo dogmático. Por el contrario, frente a las polémicas y a las críticas, reafirma que no ha venido a abolir esa Ley que constituye el nodo fundacional del pueblo de Israel, sino a darle su pleno cumplimiento.
Pero por otra parte, esa objetivación intentada nos muestra también una impensada religión humanizada. Quizás y con razón, de tan humana parece desacralizada, extrañamente ajena a lo que solemos entender por trascendencia sacral, peligrosamente secular y cercana al corazón del hombre.
Es que Cristo hace todo lo que hace y enseña y propone el Reino, la Buena Noticia del amor de Dios desde su experiencia única de identificación total con ese Dios al que descubre como Abbá.
Tal vez sea precisamente el saber que el Reino está aquí y ahora entre nosotros, que el cielo comienza en la cotidianeidad por oblación infinita de la ternura de Dios que deviene, a veces, tan utópicamente lejana.
El misterio de la Encarnación supone un tiempo nuevo, un tiempo santo -kairós- de Dios y el hombre, una historia nueva urdida en común, desde vínculos familiares. Y solamente desde esos nuevos lazos es posible comprender la postura del Maestro acerca de quien nos odia o nos hace daño.
En la perspectiva de su corazón sagrado no hay propios y ajenos, sólo hijas e hijos, hermanas y hermanos, el horizonte inconmensurable del nosotros con Dios mismo.
Porque el Reino es cosa de locos, de atrevidos, de aquellos que se atreven a amar más allá de cualquier previsión porque primero y ante todo se saben queridos y amados por Dios.
Paz y Bien
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