Pedro, fundamento y servidor de la Iglesia












Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

Para el día de hoy (29/06/17) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-19






La liturgia de hoy nos brinda una lectura del Evangelio según San Mateo que posee cuestiones que, en sus diversas interpretaciones, son cruciales para el ecumenismo, para los duros y esforzados pasos en la búsqueda de la unidad de los cristianos, tan ansiada y querida por Cristo. Precisamente esas interpretaciones, en especial las referidas al papado, son las que a veces trazan una línea abismal e insalvable entre hermanos que deberíamos caminar juntos, como esos Pedro y Pablo de los que hoy hacemos memoria, tan distintos entre sí -casi casi opuestos- y sin embargo tan hermanos como el que más, tan de Cristo y del pueblo de Dios, familia de los creyentes que llamamos Iglesia.

Desde aquí, con las evidentes limitaciones que se poseen, no hay intención de ejercer apologéticas ni de buscar debates teológicos. El propósito es siempre muy modesto, intentar compartir vivencias del mejor modo posible; si ello es bueno, seguramente el Espíritu se encargará del resto, de hacerlo fructificar y madurar. No hay méritos que reivindicar, pues todo, sin excepciones, es bendición, don, gracia y misterio.

Así entonces el afán de detenernos a contemplar a Simón, hijo de Jonás, galileo y pescador de oficio, seguidor del Maestro. Están en Cesarea de Filipos, ciudad importante edificada por el tetrarca de turno al emperador romano opresor, elevado según la costumbre a deidad. Es el símbolo preciso de un mundo que se ha inventado nuevos dioses e ídolos falsos a los que rinde culto, y que mientras tanto disminuye con voraz velocidad varios escalones en humanidad, toda vez que la ausencia de libertad y de verdad oprime y confunde, especialmente a los pequeños.
 
En esa confusión, son diversos los rótulos que le irrogan a Jesús de Nazareth. Algunos creen que es el profeta Elías de regreso, otros Juan el Bautista redivivo, otros -depositando en Él sus ansias de libertad y restauración de la propia historia judía- que es uno de los grandes profetas de Israel como Jeremías. Todas esas identificaciones quizás respondan, en parte, a transferirle a ese Cristo los colores y caracteres de las propias necesidades e inquietudes más profundas. Es razonable y comprensible, pero esas ansias suelen ser directamente proporcionales a su carencia de verdad. Porque a Cristo se le reconoce desde el corazón: es un acto de fé profunda, don y misterio.

El pescador galileo, frente a la confusión de las gentes, hace una declaración tan contundente que estremece en su seguridad, en su certeza: ese rabbí es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo. No es merced al esfuerzo de su razón, ni a una conveniencia ideológica: es el Espíritu de Dios que lo ilumina y lo impulsa, y desde esa revelación eterna no vacila en confesar a Jesucristo, fundamento primordial de una fé que no es adopción de ideas ni adhesión a doctrinas, sino la confianza depositada en Alguien, Jesús el Cristo de nuestra salvación.

Así, cuando en la existencia acontece ese encuentro salvador, nada volverá a ser igual, y es por ello que Simón será conocido como Pedro. Un nuevo nombre para una nueva vida que tiene una misión, misión que no otorga privilegios ni honras sino que se caracteriza por su fé y por el ministerio de servicio abnegado a los hermanos.

Pedro será fundamento de la Iglesia y tendrá primacías solamente desde la caridad. Cuando se aparte de ese amor fundante, torcerá el horizonte, y en una confianza asombrosa inusitada Cristo hace extensivo el ministerio petrino a toda la Iglesia, asamblea, comunidad y familia de los creyentes.

Pues hay muchos que están alejados aunque se encuentren físicamente cerca, y es primordial re-ligarlos, establecer nuevos vínculos desde la caridad. Y es importantísimo también desatar todos los nudos de inhumanidad que hieren, que cautivan, que anulan corazones y cuerpos.

Quiera Dios que pongamos manos a la obra en esta tarea a la que se nos ha invitado, y que es la de edificar, con Cristo, esta familia que es la Iglesia.
Y quiera Dios también cuidar, proteger, iluminar y sostener a nuestro Pedro, Francisco de toda la Iglesia.

Paz y Bien

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