Santísima Trinidad
Para el día de hoy (11/05/17):
Evangelio según San Juan 3, 16-18
A pesar de los miles y miles de años transcurridos, la humanidad -en las cosas de Dios- sigue siendo un niño balbuceante. Es tal la diferencia abismal entre Creador y creación que no hay salto ontológico posible.
Dios es el totalmente otro, y quizás por ello a través de toda la historia, los pueblos se han autoerigido dioses a su medida, a su imagen y semejanza de sus necesidades y a partir de sus culturas.
Dios es un misterio insondable.
Pero algo más de dos mil años atrás, una pequeña certeza que se iba entretejiendo pacientemente a través de los siglos, destelló para siempre desde una ignota aldea judía una luz que no se apagará jamás, luz creadora de horizontes, el puente infinito que se ha tendido entre Dios y la humanidad en Jesús de Nazareth en la Encarnación.
Ese hombre humilde y pobre vino a contarnos que Dios era Padre y hasta Madre también, un Dios que ama a todas sus hijas e hijos con un amor desbordante e incondicional.
Él lo sabía mejor que nadie: su identidad entre Abbá y Él era completa, total e irreductible, de tal modo que ni la muerte pudo hacerlo desensillar de esa fidelidad.
Antes que discursos académicos, toda sus acciones revelaban un rostro asombroso de ese Dios que ya no era tan inaccesible. Dios se hacía uno de nosotros, Dios se hacía hombre, Dios se despojaba de su divinidad absoluta para compartir nuestra escasa temporalidad.
Dios es un misterio insondable.
Pero algo más de dos mil años atrás, una pequeña certeza que se iba entretejiendo pacientemente a través de los siglos, destelló para siempre desde una ignota aldea judía una luz que no se apagará jamás, luz creadora de horizontes, el puente infinito que se ha tendido entre Dios y la humanidad en Jesús de Nazareth en la Encarnación.
Ese hombre humilde y pobre vino a contarnos que Dios era Padre y hasta Madre también, un Dios que ama a todas sus hijas e hijos con un amor desbordante e incondicional.
Él lo sabía mejor que nadie: su identidad entre Abbá y Él era completa, total e irreductible, de tal modo que ni la muerte pudo hacerlo desensillar de esa fidelidad.
Antes que discursos académicos, toda sus acciones revelaban un rostro asombroso de ese Dios que ya no era tan inaccesible. Dios se hacía uno de nosotros, Dios se hacía hombre, Dios se despojaba de su divinidad absoluta para compartir nuestra escasa temporalidad.
Él lo sabía: nuestras palabras jamás alcanzarían.
Pero Dios es Palabra que se hace hombre en Jesús de Nazareth para no permanecer mudos, para encontrar el habla que trasciende.
Un Dios que se expresa, un Dios que ama, un Dios que nos habita.
Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
Un Dios que es Padre bondadoso, un Dios que es Hijo redentor, un Dios que es Espíritu de vida y verdad.
Dios es misterio inagotable, y así también cada mujer y cada hombre tiene en sí parte de ese misterio, imagen y semejanza, astillas del mismo palo. Por ese misterio nos podemos descubrir en una identidad plena y trascendente, con un destino de identidad concedido por puro amor. Así toda vida, por ello, es sagrada.
Dios se comunica, Dios es comunión, Dios es familia.
Paz y Bien
Pero Dios es Palabra que se hace hombre en Jesús de Nazareth para no permanecer mudos, para encontrar el habla que trasciende.
Un Dios que se expresa, un Dios que ama, un Dios que nos habita.
Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
Un Dios que es Padre bondadoso, un Dios que es Hijo redentor, un Dios que es Espíritu de vida y verdad.
Dios es misterio inagotable, y así también cada mujer y cada hombre tiene en sí parte de ese misterio, imagen y semejanza, astillas del mismo palo. Por ese misterio nos podemos descubrir en una identidad plena y trascendente, con un destino de identidad concedido por puro amor. Así toda vida, por ello, es sagrada.
Dios se comunica, Dios es comunión, Dios es familia.
Paz y Bien
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