Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
Para el día de hoy (23/06/17)
Evangelio según San Mateo 11, 25-30
Cuando hablamos de corazón, lejos de los límites biológicos, nos remitimos simbólicamente a la esencia misma del ser, a la fuente primordial de cada persona, a aquello que define y decide su obrar y su existir.
En esta Solemnidad, nos detenemos del diario trajín para contemplar en silencio, con devoción y una mirada capaz de asombros al corazón sagrado de Jesús, a su intimidad primordial, a lo que lo constituye y que, por eso mismo, decide nuestra pertenencia, nuestra misión y nuestro destino.
Y desde el vamos el asombro comienza: en este corazón no hay visos de abstracciones ni de vanas declamaciones. Este corazón es inmenso, pues nos contiene a todos -buenos y malos, justos y pecadores- pero se inclina decididamente en favor de los pequeños, un corazón escandalosamente parcial, y esa parcialidad tiene sus raíces en el amor, esencia del Dios del universo.
Esos pequeños no son exactamente los niños, por quien Jesús tenía y tiene un especial cuidado y dedicación: los pequeños aquí refiere a los humildes, a los mansos, a los que por lo general no cuentan pero que sin ellos la vida no sería posible pues en su confianza, en su fé salan e iluminan estos páramos desolados. Los pequeños son los pobres, los marginados, los que nadie escucha pero tienen a Dios de su parte, y otro corazón inmenso, el de María de Nazareth, lo supo cantar con palabras imborrables.
En el Sagrado Corazón del Señor es el amor lo que prevalece y sobreabunda como pan bueno y santo, perdón y misericordia, redención y liberación, compasión y socorro.
Nada ni nadie le es ajeno, y en esa bondad se funda nuestra esperanza. Porque Cristo estuvo, está y estará junto a nosotros y en nosotros, con todo y a pesar de todo, celebración de todos los regresos, rescate de los extraviados, consuelo de los afligidos, serena alegría que permanece para siempre porque no hay cruz ni muerte que sean definitivas, tesoro escondido que se multiplica cuando, como Él, se ofrece la vida, la existencia toda en las manos, corazones transparentes a pura Gracia de Dios.
Paz y Bien
En esta Solemnidad, nos detenemos del diario trajín para contemplar en silencio, con devoción y una mirada capaz de asombros al corazón sagrado de Jesús, a su intimidad primordial, a lo que lo constituye y que, por eso mismo, decide nuestra pertenencia, nuestra misión y nuestro destino.
Y desde el vamos el asombro comienza: en este corazón no hay visos de abstracciones ni de vanas declamaciones. Este corazón es inmenso, pues nos contiene a todos -buenos y malos, justos y pecadores- pero se inclina decididamente en favor de los pequeños, un corazón escandalosamente parcial, y esa parcialidad tiene sus raíces en el amor, esencia del Dios del universo.
Esos pequeños no son exactamente los niños, por quien Jesús tenía y tiene un especial cuidado y dedicación: los pequeños aquí refiere a los humildes, a los mansos, a los que por lo general no cuentan pero que sin ellos la vida no sería posible pues en su confianza, en su fé salan e iluminan estos páramos desolados. Los pequeños son los pobres, los marginados, los que nadie escucha pero tienen a Dios de su parte, y otro corazón inmenso, el de María de Nazareth, lo supo cantar con palabras imborrables.
En el Sagrado Corazón del Señor es el amor lo que prevalece y sobreabunda como pan bueno y santo, perdón y misericordia, redención y liberación, compasión y socorro.
Nada ni nadie le es ajeno, y en esa bondad se funda nuestra esperanza. Porque Cristo estuvo, está y estará junto a nosotros y en nosotros, con todo y a pesar de todo, celebración de todos los regresos, rescate de los extraviados, consuelo de los afligidos, serena alegría que permanece para siempre porque no hay cruz ni muerte que sean definitivas, tesoro escondido que se multiplica cuando, como Él, se ofrece la vida, la existencia toda en las manos, corazones transparentes a pura Gracia de Dios.
Paz y Bien
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