Una voz en el desierto









2º Domingo de Adviento

Para el día de hoy (04/12/16):  

Evangelio según San Mateo 3, 1-12






La Palestina del siglo I bullía conflictos, oscilando entre decepciones acumuladas y frustraciones violentas. De ese modo sucedía lo que suele acontecer en épocas similares tan confusas, y es que la esperanza se pervierte, se desdibuja acorde a las angustias que lastiman.  

Los romanos hollaban la sagrada tierra que su Dios les había dado con la fuerza terrible de sus legiones, y ciertos reyezuelos brutales y vasallos se encargaban de someter aún más al pueblo, agobiado por una religiosidad tan estricta como asfixiante. Así, la esperanza mesiánica se disolvía en el error, apenas un buen recuerdo utópico, un Dios desentendido de su suerte, o bien un Mesías que vendría a poner las cosas en su lugar comenzando por la corona davídica.

Entre esos remolinos ruidosos que aturdían, surge la voz clara y taxativa de Juan el Bautista. Para nosotros es una voz quizás demasiado dura, pero sigue las antiguas tradiciones de los profetas, su lenguaje escatológico, el fuego de Dios que lo consume por dentro y que no le permite callarse.
La figura de Juan es extraña: en ese tiempo había que desplegar notorias credenciales, ejercer docencia desde cátedras sinagogales o, mejor aún, desde las escalinatas del Templo de Jerusalem. En cambio, Juan predica desde el desierto, lejano a toda ambición de poder y despojado de todos sus atributos: duerme arropado por las estrellas y se viste con pieles de animales, nada de palacios o lujosas vestimentas.

Pero el desierto no es desafío al poder y la autoridad religiosa que ostenta el Templo. Simbólicamente, el desierto es el ámbito en donde nos despojamos de lo superfluo, de lo inútil y nos purificamos en el crisol de su calor; allí, tal como Israel, se renuevan los vínculos y la confianza en Dios de tal modo que lo único que cuenta es la providencia de Dios, nada más. 
Juan es muy distinto a Moisés y a otros líderes de su pueblo, los que solían encabezar la marcha de su pueblo. Juan se ubica en otra dimensión y desde allí convoca al pueblo al desierto fértil de la conversión, del regreso contrito al Dios de sus padres, el desierto que purifique sus corazones. 
El Evangelista Mateo toma una precaución especial, casi como al pasar: el Bautista no es un loco, un provocador falaz, un simpático antisistema: allí está la señal de que él se alimenta de langostas y miel silvestre, alimentos kosher, alimentos permitidos por la Ley. Juan es un hombre de la Ley y por ello mismo un hombre de Dios que convoca a sus hermanos a reencaminar sus pasos por los caminos de Dios, pues descubre en las honduras de su alma la urgencia del momento, un tiempo maduro de las promesas de Dios que fructificará en el Dios que está llegando.

Pero Juan también, en su crudeza, es francamente molesto y muy a menudo inconveniente. Por sus palabras recordamos que ni la pertenencia ni la formalidad alcanzan, que es necesario fructificar en honradez y bondad, que hay que indagar con un corazón sincero y contrito en la fé que se profesa y reconocer la ausencia de frutos, las vidas estériles, las trampas falsarias que solemos articular, conversión verdadera y auténtica que se vive cotidianamente y no se declama, se ejerce con confianza.

Como esas gentes que lo escuchaban, también nosotros hemos de prestar atención a su voz íntegra, tan frutal, tan de Dios. Regresar al desierto para purificarnos de todo aquello que es inútil, para converger hacia Dios y hacia el hermano, en un bautismo que nos haga renacer a una vida nueva y definitiva que sólo encontraremos en el Hijo que está llegando a nuestros días.

Paz y Bien



3 comentarios:

ven dijo...

El que realmente escucha a Dios, ya no vive para si mismo, porque el fuego de este amor lo consumió todo. Gracias, UN GRAN ABRAZO FRATERNO, QUE DIOS SEA CON USTED.

Maria dijo...

En el desierto también hacemos ese lugar en donde uno puede encontrar la intimidad personal con Cristo; y esto nos lleva a convertirnos y por consiguiente a gritar:¡Ven Señor Jesús!

Gracias por su reflexión. ¡Felíz y Santo Domingo!

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Queridas hermana Ven y María, gracias por sus palabras y su presencia -y disculpen la demora en responderles-

Que en los desiertos de nuestros corazones nos reencontremos con Aquél que quiere purificarnos.

Un gran abrazo

Paz y Bien

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