Arca de la Nueva Alianza









Para el día de hoy (21/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-45



Siempre es necesario animarse a ir más allá de la pura letra e internarse mar adentro de lo simbólico, de la trascendencia que nos ofrece la Palabra, ventanas al infinito.

Los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas tienen profundas reminiscencias veterotestamentarias, y es menester no pasar por alto esas señales.

En los tiempos antiguos, el rey David desplaza por Judá el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley -señal inequívoca de la alianza de Dios con su pueblo-. Quiere llevarla a Jerusalem para hacer sagrada la Ciudad y para reafirmar su corona. En ese viaje, ha de pasar primero por la casa de Obededón, quien vive en el cerro.

María parte presurosa de Nazareth -en los llanos galileos- hacia la región montañosa de Judá, donde según la tradición se ubica la casa familiar de Zacarías e Isabel, en Ain Karem.

David se estremece frente a ese Arca que tanto representa para su pueblo y sobre la que él descubre la presencia de lo sagrado. Isabel también se conturba frente a la presencia de la joven muchachita nazarena, pues se sabe frente al Señor que palpita en el reciente embarazo de la joven galilea.

Frente al Arca, David salta y danza alegre, en alabanza al Dios que permanece fiel a la promesa. Frente a María de Nazareth, el hijo de Isabel -Juan- salta de gozo en su seno, frente a la presencia de su Dios que se crece en María de Nazareth.

En casa de Obededón el Arca permanece tres meses, derramando bendiciones a toda la familia. En casa de Isabel, María de Nazareth permanece, también, tres meses hasta que se cumplan los tiempos del nacimiento, de la nueva vida que bendice asombrosamente la esterilidad y la ancianidad de los dos venerables esposos.

María de Nazareth, madre y hermana, amiga y discípula fiel, la más feliz por haber creído en las promesas, ha recorrido un peregrinar de amor que sólo pueden encarar aquellos que calzan sandalias de humildad.
Ella es el Arca de la Nueva Alianza, porque lleva en sí a ese Dios que se hace Palabra para que el mundo recupere el habla, para que el mundo se salve, señal definitiva de un Dios que paga al contado lo que ha prometido, signo de una fidelidad sin mella, fidelidad cordial que se hace alegría, presencia, compañía perpetua en el tiempo santo de Dios y el hombre.

Nosotros también portamos en nuestros corazones y en nuestras procesiones a María de Nazareth, porque Ella nos conduce a la liberación que trae su Hijo, porque Ella abre todas las aguas cerradas, porque el camino de la Gracia es el camino del nuevo tiempo, de Dios con nosotros.

Paz y Bien 



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