Una estrella inquieta, tiempo de regalos

Epifanía del Señor

Para el día de hoy (06/01/12):
Evangelio según San Mateo 2, 1-12

(Epifanía es un término de origen griego que significa manifestación; el mismo se aplicaba tanto a lo profano o secular como a lo sagrado.
Así entonces, epifanía se utilizaba históricamente para señalar la llegada del rey a la ciudad, o también la comunicación de la divinidad inaccesible en favor de los hombres.

A causa de cierta religiosidad estratificada y acartonada -esa misma que impide la manifestación de toda novedad buena- y de la multipresencia demoledora del dinero y la comercialización de las almas, se nos ha ido desdibujando el significado profundo de esta celebración, y ha quedado relegada a la compra compulsiva de juguetes o a representaciones míticas, decididamente ajenas al Espíritu de Aquél que se revela a toda la humanidad.

Sin dudas, la estrella de belén y los magos llegados de Oriente han sido objeto de profusas investigaciones y exégesis, y es innegable que nos llaman poderosamente la atención: una estrella inquieta, movediza en su misión de señal y unos sabios lectores del firmamento -quizás astrónomos y astrólogos a la vez-, que no dudan en recorrer largas distancias desérticas al encuentro de su búsqueda más decisiva.

Extraño Dios éste que se vale del cosmos y que se revela a aquellos que lo buscan con sinceridad y sin desmayos a su manera, desde su leal saber y su culturas propias.
Más extraño todavía, un Dios que se deja encontrar por gentes insospechadas, por extranjeros/extraños, por los que habitualmente se considerarían ajenos a cualquier mensaje especial, destinatarios impensados de una noticia increíble.
Horror de nuestras mentes demasiado adultas -locura y escándalo para tantos-, Dios se manifiesta como un rey que tiene por trono los brazos de su Madre, y que no exhibe más poder que el de su pequeñez, un Dios que llora su hambre y su frío en la noche de un caserío polvoriento.

La reacción herodiana es pavorosamente previsible: es la brutalidad del poderoso que infiere amenazas en todas partes, que complota hasta la muerte para quitar de en medio a potenciales competidores, que trata de trampear lo que fuere con tal de afirmarse en sus dominios.

Pero el Espíritu sopla e ilumina con absoluta libertad, no se somete a manipulaciones pseudopiadosas, y desata una magnífica rebeldía en esos sabios venidos de lejos y sin embargo, tan cercanos a ese Dios que los busca y los orienta sin descanso.
La desobediencia de los magos al mandato de Herodes es consecuencia y fruto de ese Dios todopoderoso que se encarna, la salvación presente entre nosotros, el Dios del Universo que se hace niño, que desmerece poderes vanos, irrupciones celestialmente lejanas y manifestaciones imperiales.

Es sólo un Niño que llora en la noche, un Dios que busca ser acunado.

Quizás por ello se nos haga necesario recuperar esa estrella que hemos perdido, estrella compañera que nos señala el sitio preciso en donde está Aquél que es nuestra liberación y nuestra alegría, nuestra vida y nuestra ternura, un Dios que se deja encontrar por aquellos que lo buscan con corazones veraces y sencillos -a menudo de modos poco ortodoxos- pero que no se esconde porque es luz para todos, y para Él no cuentan propios y extraños. Todos son hijas e hijos.

Con ojos de niños asombrados por lo dado, por las bondades de lo que se regala, tal vez nosotros debamos ponernos en camino junto a todos los extraños, los extranjeros de toda exclusión, los que nadie contaría como predilectos, para llegarnos a la periferia de este mundo, allí mismo en donde la luz resplandece en ese Bebé Santo por el que todos los niños se vuelven sagrados, y poner a sus pies nuestros regalos más preciados, el oro de la compasión, el incienso de la misericordia y la mirra de la justicia)

Paz y Bien



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