De cuando se descubren sagradas las necesidades básicas


Para el día de hoy (26/07/09):
Evangelio según San Juan 6, 1-15

(Habitualmente, asociamos el concepto de obscenidad a aquellas situaciones cargadas de contenido sexual y/o pornográfico que consideramos ofensivas. Pero es un reduccionismo poco certero del término.

El hambre es obsceno.

Y estamos muy mal acostumbrados a tolerar esta obscenidad como algo corriente.
Afirmamos creer en un Dios Creador del universo, que ha dado vida al hombre a su imagen y semejanza.
Afirmamos creer en un Dios que es Padre Bueno.
Afirmamos creer en un Dios que se hizo uno de nosotros, Jesús nuestro Señor.
Afirmamos creer en un Dios que es Espíritu y que renueva todas las cosas, que hace morada en el corazón humano.

Cuando se agrede a los hijos, se agrede a su padre: cuando a uno de estos hijos le falta el sustento, es una ofensa mayor -y cada persona es templo vivo de Dios-
No hay atenuantes en este juicio, no justifican el hambre las malas cosechas, los cambios climáticos, las crisis de diversa índole, la superpoblación.
Y no estamos frente a una entelequia, ni frente a una reflexión política o ideológica ni frente a una teorización: el hambre tiene víctimas con nombre y apellido y rostro, Juan, María, Pedro, Ana y millones más.

-Deberíamos temblar de no ser por creer en un Dios que es Misericordia: en cualquier otra situación, sería dable imaginar la temible y justiciera de un Padre ofendido y enojado por lo que le hacen a sus hijos-

Toda vida es sagrada, desde la concepción hasta la muerte, y más allá también.
Toda vida -por pequeña que sea- es única e irreemplazable, y nos hemos olvidado de ello.
Por eso el hambre es obsceno, porque ofende a la vida que es sagrada, y se agrava en tierras como éstas, en donde se pueden producir alimentos para diez veces la población que la habita.

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En la Palabra del día de hoy,el Maestro viene a refrescarnos la memoria, a sacudir y despertar los corazones embotados.

Jesús sentía la necesidad de retirarse a un sitio apacible, a un lugar tranquilo en donde estar a solas con su Padre y sus amigos...¿qué mejor que una montaña?
No obstante lo cual, la gran multitud que lo seguía -y que era capaz de ver en los signos que hacía sanando enfermos al Mesías- se acercó hasta allí mismo: ¡esos miles habían subido a una montaña con tal de acercarse a Él!
Vaya a saberse el tiempo que había pasado desde la última vez que habían comido algo.
El Señor deja todo la intimidad con el Padre y los amigos, el descanso, la tranquilidad del lugar: sólo tiene ojos para ver a una muchedumbre hambrienta.

Felipe, escéptico, le dice que no basta una gruesa suma -doscientos denarios- para darles un trozo de pan a cada uno -eran cinco mil hombres sin contar a mujeres y niños-
Andrés, desconfiado, trae a su presencia a un niño que tenía cinco panes de cebada y dos pescados -un almuerzo de pobre-
¿Qué hacer con tan poca cosa?...

Jesús hace sentar a la muchedumbre cómodamente en el pasto.
Toma los panes y los pescados del niño: nos dice la Palabra que "dió gracias", para luego distribuirlos entre los que estaban sentados, en ambos casos.
Con ese dar gracias el Señor consagra, hace sagrados los panes y los peces que se van a constituir en alimento de la multitud, porque sabe de la sacralidad de la vida.
La muchedumbre, come todo lo que quiere hasta quedar satisfechos.
Luego de saciado el hambre de tantos, sobra mucho todavía.
El Maestro manda que se recoja todo, para que nada se pierda.
Con cinco panes y dos pescados, comieron hasta satisfacerse miles, y aún sobró comida... Y llenaron doce canastos
-Doce canastos llenos, doce tribus portadoras de la Promesa, Doce discípulos en misión-
A no engañarnos: esto que sobra y que llena los canastos no es exceso, no es resto de comida -las sobras- sino que es signo de la Gracia: no es lo mínimo, indispensable y calculado, es la Vida que se nos en abundancia, sin medida, expresión del Amor inconmensurable del Padre para todos.

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El niño no vaciló en dar su sencillo almuerzo al Maestro, para que Él dispusiera del mismo.
Con igual corazón de ese muchachito, confiemos y compartamos, por poco que nos parezca: el Señor lo multiplica y nos hace coautores del hoy milagroso acto de compartir.

El compartir desde la honduras del alma, con la Gracia de Dios, produce el increíble milagro de la multiplicación, que hace que ningún hijo de Dios pase hambre.
Es tarea sagrada.
Es el sacrificio -hacer sagrado- agradable a Dios.
Es darnos cuenta y convertirnos, converger en comunión a lo sagrado escondido en la vida cotidiana.

Y allí sí, con el auxilio del Espíritu que sopla en todas partes, nosotros mismos nos haremos pan para los hermanos hambrientos.
Y lo que sobre debe guardarse, nada debe perderse.
Se alimentará una multitud, pero hay muchos más que están por venir al gran banquete de la Vida, la auténtica Eucaristía, la inmensa acción de gracias de la humanidad a un Cristo presente y vivo entre nosotros.
Para mayor Gloria de Dios y alegría de los hermanos)

Paz y Bien

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