Transfiguración del Señor: sabernos hijos amadísimos del Padre























La Transfiguración del Señor

Para el día de hoy (06/08/20) 

Evangelio según San Mateo 17, 1-9









Todo acontece en el monte, y no es solamente una cuestión de altura física: es el ámbito teológico -espiritual- simbólico en donde suceden los encuentros plenos entre Dios y el hombre.

Pero es menester situarnos en el contexto, y la clave estriba en que Jesús de dirige sin vacilaciones hacia Jerusalem, al encuentro con los horrores de la Pasión, con la brutalidad de sus enemigos, con la voracidad de la cruz. Y este Cristo siempre -siempre- está ocupado y preocupado por los demás, y sus ansias mayores se dirigen hacia los suyos.
Esos discípulos confundidos y miedosos están cariacontecidos y al borde del desánimo, pues han descubierto en su Maestro a un Mesías que en nada se condice con el Redentor glorioso de sus tradiciones, un Mesías imponente y arrollador. Ello es un peligro, y a los discípulos les sucede lo mismo que nos sucede a todos cuando toman las riendas los estados de ánimo y no las más profundas convicciones.

Allí en la cima del monte ese Cristo se transparenta y resplandece, y es posible entrever su diálogo con Moisés -la Ley- y con Elías -los profetas-, pues toda la historia y el cosmos encuentran pleno sentido en Cristo, que la Salvación es mucho más que un puñado de hechos espectaculares detenidos en un momento puntual de la épica judía.
Porque sin Transfiguración es casi imposible la esperanza, pues sin Transfiguración Cristo es solamente un rabbí galileo, un predicador itinerante más que enceguece de furia a algunos, que dice cosas medianamente atractivas, que es un buen recuerdo pero nada más que esos detalles banales.

La Transfiguración del Señor es horizonte y plenitud de sentido para Jesús de Nazareth y para toda existencia. Transfiguración es la capacidad de ver más allá de lo evidente. Transfiguración es darse cuenta del paso salvador de Dios a través de los tiempos. Transfiguración es sabernos hijas e hijos amadísimos ilimitadamente por ese Dios que nos revela la clave de la felicidad, y que es escuchar con atención a ese Hijo por el que todos nos volvemos hijos y hermanos.

Pero también Transfiguración es no quedarse, no estancarse, movilizarse, ponerse en marcha. Es preciso, es imprescindible volver, bajar al llano en donde abundan las somrbas de muerte, la oscuridad, la opacidad del más de los mismo para que destelle la luz de la Gracia, la asombrosa noticia de vidas transparentes que nada esconden, la alegría mayor de sabernos queridos y amados.

Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Señor, que bien estamos aquí! Que sepamos armar nuestras carpas para estar cerca de Jesús 🙏 Paz y Bien

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