Cada vida protegida es una esperanza renovada, cada vida rescatada es una fiesta en los cielos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (11/08/20):  

Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

 

 

 

Los conflictos suscitados acerca de las apetencias de los discípulos por ocupar sitios de relevancia y primacías ocupaban demasiado tiempo y espacio. Era y es un mal que se enquista corazón adentro y que suele recidivar en la Iglesia en la medida en que se percibe el sutil y tentador perfume del poder y del dominio, y también aplica a la vida diaria.

Demasiado mundano es, e inversamente proporcional a la ética del Reino, a la vida que se ofrece sin condiciones, a la sacralidad del servicio. Porque el servicio es amor, esencia misma de Dios.

Los discípulos solían tener duras batallas celosas y dialécticas por estas cuestiones. Todos motivos egoístas, y por ello, todos motivos de división.

Ellos trasladan esas oscuras e inútiles pasiones a la consideración del Maestro, para ver si su palabra autorizada dirime los conflictos.
Pero para sorpresa de todos ellos, el Maestro llama y pone en medio de ellos a un niño, y les enseña que si no se hacen como niños, de ningún modo ingresarán en el Reino de los cielos.

Detengámonos por un momento: en aquellos tiempos, y más allá del circunscripto afecto familiar, un niño carecía de derechos civiles y religiosos. Como apenas un hombre a futuro, por nadie era escuchado ni tenido en cuenta, y es por ello que Jesús de Nazareth los reivindica y los pone como espejo de los corazones, de la propia existencia.
Un niño palpita inocencia, la transparencia misma que refleja el rostro amable de Dios. Un niño tiene una incontaminada mirada capaz de asombrarse y de alegrarse con el alma de fiesta frente a un regalo inesperado. Un niño sabe y no se avergüenza de descubrirse frágil y dependiente de su Padre y su Madre, y a la vez de saberse importante por ese amor entrañable, importante por ser amado sin límites.
Porque desde lo pequeño y lo que no cuenta, la vida se abre paso y Dios se manifiesta.

Es claro también que no se trata de apologizar la ingenuidad, cierta tendencia a vidas naif rebosantes de sinsentido y sobrecargadas de supersticiones que implican que debo hacer esto para que me vaya bien, para que no se me castigue, la espiritualidad del temor y del miedo que nada sabe de amor.
Y también es una advertencia durísima: quizás no haya tarea más importante en la comunidad cristiana, la Iglesia, que cuidar y proteger a los niños y a los que son como niños. No hay indignación suficiente en el mundo nio furia cabal cuando la inocencia se vulnera y la infancia se atropella, desde el vientre materno o en los primeros años, cuando se vá moldeando con paciencia a las mujeres y los hombres que algún día serán. Más aún en el caso de aquellos que tienen por misión su cuidado. Frente a ello, no puede de ningún modo haber medias tintas.

Por ello mismo el llamado sigue cada vez más vigente. El hacernos como niños -la más fuerte, el más duro- y poner como centro de la atención y la acción a los niños y a los pequeños, con la misma apasionada dedicación del Pastor que sale, incansable, en búsqueda de la pequeña oveja extraviada.

Cada vida protegida es una esperanza renovada, cada vida rescatada es una fiesta en los cielos, un ágape de ternura humilde y generosa.

Paz y Bien

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