Las cosas del César no son cosas de Dios








Para el día de hoy (06/06/17):  

Evangelio según San Marcos 12, 13-17




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, Judea era una provincia lejana del Imperio Romano. Conquistada por la vía militar, había sido anexionada como territorio imperial, designándose habitualmente un gobernador que regiría los destinos provinciales, en obediencia y subordinación al César mediante el terrible respaldo que le brindaban las legiones estacionadas en la zona.

El origen de los tributos a los que los pueblos sometidos estaban obligados responden a diversas variables. Por un lado, aumentar los ingresos del erario imperial; por otro, manumitir a las mismas legiones que sostenían la soberanía del imperio, toda vez que mantener operativas tales fuerzas de combate durante mucho tiempo -inclusive, más allá del tiempo de guerra, como fuerzas de ocupación- implicaba ingentes y gravosos desembolsos del fisco. Pero también hay una cuestión simbólica: tributum, en su raíz etimológica, significa botín de guerra o aquello de lo que se apropia mediante la conquista o la fuerza.
Así entonces, Roma aplicaba a los territorios y naciones que sometía tributos directos e indirectos. Entre los directos es posible distinguir el tributum soli, tributo que se pagaba de acuerdo a las propiedades que se usufructuaban, porque por soberanía las tierras son el Emperador y nó de los eventuales propietarios. También existía el tributum capiti, cuyo fundamento se encontraba en la cantidad de cápitas o vasallos que habitaban la tierra sometida; por eso cobra relevancia el censo ordenado por el emperador Augusto al tiempo del nacimiento de Jesús, pues era el método de saber con certeza cuanta gente le obedecía y cuanto dinero podía recaudarse. Una matemática del poder demoledora.
También se aplicaban impuestos indirectos, relativos a las transacciones comerciales, al ejercicio de artes y oficios, al uso del espacio y servicios públicos -carreteras, acueductos, etc.-.

A todo ello, el pueblo judío también debía pagar los tributos para el sostenimiento del Templo, del culto y los sacerdotes, con más aquellas obligaciones fiscales que los poderosos de turno como Herodes solían gravar.

Pero políticamente la evasión impositiva de los tributos imperiales se castigaba con la pena capital, pues era considerada sedición. Allí estaba la fuerza brutal legionaria para aplastar cualquier conato de rebelión.

Los hombres que se acercan al Maestro son enviados por los dirigentes religiosos con interés avieso. No hay ansias de verdad en ellos, y acontece una extraña alianza, la de fariseos y herodianos. Ellos habitualmente se detestaban, a veces con un odio fervoroso. Sin embargo, aquí el problema no está en ellos sino en ese Cristo que parece amenazarles el poder que detentan.
Los fariseos rechazaban -en teoría- el pago del tributo imperial, pues consideraban que así se profanaba la santidad de la tierra que Dios les había legado a sus padres, y se contaminaban de impureza ritual por el contacto con extranjeros/gentiles. Los herodianos, por el contrario, prestaban su conformidad pues quien avalaba y garantizaba el poder de los tetrarcas vasallos como Herodes el Grande y su hijo Antipas era el propio César. Allí hay una evidente cuestión de poder político.
No obstante, ambos grupos pretenden tenderle una trampa dialéctica al Maestro: si Él se aviene a declarar la licitud del tributo, será repudiado por el pueblo que lo escucha con fervor, mientras que si rechaza abiertamente la obligación, será apresado y ejecutado como un sedicioso. Un negocio redondo por donde se lo mire.

El Maestro es el mejor conocedor de las cosas que se tejen en los corazones de las personas, y entiende perfectamente la intencionalidad oculta de lo que le están preguntando.
La pregunta es falaz, es un razonamiento que induce a error. Implica encerrar todo en dos líneas del silogismo, moralina única en donde la ética no se cuestiona.

La moneda pedida por el Maestro -un denario- tiene grabada la inscripción que reza: Tiberius Cesar Divi Avgvsti Fenix Avgvstvs / Pontifex Maximus, anverso y reverso de la moneda. Tiberio César, dios romano como Divino Augusto, pontífice máximo de su propia deidad.
No se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero, y sin dudas, el emperador no es Dios.

Mucho se ha tejido en torno a lo que responde Jesús de Nazareth, dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Mucho también se argumentará en separar las cuestiones ciudadanas o de obediencia a los poderes establecidos frente a las cuestiones religiosas.

Pero hay que dar un paso más, en la mansa libertad de la Gracia.

Del César es el imperio, es el poder que se impone, la fuerza brutal, el dominio, el dinero, la sumisión a estructuras que humillan la condición humana, la justificación de todos los medios en pro de conseguir fines precisos.

De Dios es la vida, la vida en plenitud, la compasión, la misericordia, el servicio, el amor. Todo aquello que no se puede comprar porque no sólo no tiene precio sino también porque es fruto del dar y darse, del salir de uno mismo, del vivir por y para los demás, de un Dios que resplandece en el rostro de los pobres y los olvidados.

Paz y Bien

La viña no nos pertenece








Para el día de hoy (05/06/17) 

Evangelio según San Marcos 12, 1-12




La viña, como símbolo, era muy cercana a la religiosidad judía: representaba al mismo Israel y a su Dios, dueño de ella. A todo ello, debemos añadir las tradiciones agrícolas de la Palestina del siglo I, así como también las particulares circunstancias imperantes en el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, con la proliferación de enormes latifundios y la tierra de cultivo en manos de unos pocos, dejando a una gran marea de labriegos rompiéndose la espalda para apenas llevar el pan a sus familias. Esa situación generaba tensiones y profundos resentimientos sociales.

Por ello mismo, los que escuchaban con atención al maestro lo comprendían con claridad. Este rabbí galileo hablaba su mismo idioma, el de la cotidianeidad, el de las cosas que le acontecían a diario, y a pesar de tantos siglos pasados, nosotros hemos perdido esa capacidad de diálogo con nuestros congéres y coetáneos, en lenguaje y empatía con mujeres y hombres de hoy.

La parábola que el Maestro refiere es durísima, toda vez que tiene por objetivo primordial a los dirigentes religiosos de Israel. A ellos los sindica como corruptos, ladrones y homicidas.

El gran problema es de los frutos, y la calidad y cantidad de esos frutos que se obtendrán obedece a lo que hagan los labradores y viñadores. El gran dilema expresado es más que moral, implica una ética enferma y torcida.
Porque a esos hombres y a ninguno de nosotros nos pertenece la viña. La viña es ajena, puesta allí para que dé frutos por el Dueño del campo en donde la vida florece.

Cuando se comete el gravísimo y grosero error de arrogarse/nos la propiedad de la viña, todo fruto deviene malo, y cualquier mensajero que haga retornar al camino recto, al camino de la verdad y la justicia, ha de ser suprimido y descartado su mensaje.
Cuando se suprimen mensajeros, no existen límites pues el único modo es la violencia. Y si se quiere, esta viña es una empresa familiar; por eso todo usurpador rechaza al Dueño y desprecia al Hijo.

Es una llamada de atención que no ha de ser pasada por alto. Ni por los pastores ni por nosotros, simples fieles.
La vocación de labriegos comienza por la confianza que ha depositado en nosotros el dueño del campo, servidores humildes y esforzados. Y cuando esta confianza se quebranta, comienzan la noche. Confianza y fé son distintos reflejos del mismo misterio insondable del amor de Dios.

La viña no nos pertenece. 
No podemos apropiarnos de lo que es ajeno. Hay que volver a dar frutos de servicio, de justicia y de mansa y humilde fraternidad.

Paz y Bien 

Pentecostés, una nueva creación









Pentecostés

Para el día de hoy (04/06/17) 

Evangelio según San Juan 20, 19-23




Tanto para contemplar la Palabra como para la vida misma, siempre es necesario prestar atención al detalle sin perder de vista el entorno, el marco general, la visión amplia que supera lo episódico. Y en verdad, en ese marco amplio destacan la plegaria en el huerto de los Olivos, la Pasión, la Resurrección y ahora, ese grupo de hombres atrincherados tras unas puertas que, suponen, los protegerán del obrar ladino de aquellos mismos que procuraron la muerte del Maestro.

Hay allí un cierto temor a lo que vendrá, un rechazo tácito a cualquier futuro pues todo lo que imaginaban ha quedado trunco con la muerte de Cristo. El miedo demuele, paraliza, desdibuja horizontes y confunde destinos, y así también la Iglesia, cuando comienza a encerrarse por los peligros que detenta la posmodernidad, se paraliza encerrándose en sí misma y ese encierro no es defensa, sino un quebranto que vulnera su vocación misionera.

Ellos se habían quedado con la Pasión como derrota, un talante de derrota y espanto y en ellos nos espejamos. Nos encontramos a menudo ateridos de miedo, demolidos de tristeza y angustia por un mundo que nos tira muros a cada paso, que sólo habla de muerte, de dolor, de injusticia a la que todo parece acomodarse con diabólicas razones.
Por las nuestras, por propio impulso es esfuerzo vano hablar de la vida, de plenitud, de muerte en retroceso, de resurrección que se vive y se encarna cuando todo clama lo contrario. Las convicciones son importantísimas, pero no son suficientes como no bastan solamente las ideas. Hay más, siempre hay más.

Y así como esa Iglesia naciente, así nosotros -amilanados, cansados, temerosos- nos paralizamos en una quietud sin frutos, en encierros sin mañana distinto.
Sin embargo, no hay muros ni cerrojos que puedan ocultarnos ni detener el paso salvador de Cristo por nuestras vidas.

Él se hace presente y no es una aparición fantasmal ni una ilusión producto de una psiquis que nos juega una mala pasada. Ahí están sus manos y su costado heridos, el Resucitado es el Crucificado que está vivo y que se llega allí donde transcurre nuestra existencia con un Shalom inmenso que nos sana en su calma profunda, una paz que es mucho más que la ausencia de conflictos, una paz que es producto de su amor incondicional, una bendición que se ofrece generosa a todos los pueblos y en cada generación.

Entonces acontece un asombroso acto de fé, de confianza ilimitada. La comunidad cristiana tiene en sus manos y por misión y destino la misma obra de Cristo, es decir, la obra de Dios en el mundo.
El Resucitado nos comunica su Espíritu Santo que nos reviste de coraje, de alegría, de entereza, de tenaz misericordia, de obstinado servicio. Con todo y a pesar de todo, Él sigue confiando en nosotros.

Su Espíritu nos re-crea, nos plenifica con la vida de Dios en nosotros, nos enciende de eternidad, nos impulsa a todos los caminos, ratificando que siempre hay Buenas Noticias para dar y que la historia tiene otra cara humildemente jovial, la que pacientemente teje en silencio el Dios encarnado con la humanidad.

Feliz Pentecostés!

Paz y Bien

 


El misterio vivo e infinito de Cristo







Para el día de hoy (03/06/17) 

Evangelio según San Juan 21, 19-25 

 



Sobre la identidad del autor del cuarto Evangelio -tradicionalmente atribuido a San Juan- se han escrito innumerables obras por parte de importantes estudiosos y exégetas, estudios que al día de hoy continúan, muchos de ellos con singular piedad y sabiduría.

Desde estas limitadas y magras líneas, nos atreveremos a señalar un aspecto: quien ha dejado por escrito el testimonio de la Buena Noticia de Jesús siempre estuvo muy cercano y vinculado en la profundidad de los afectos al Maestro. Esa imagen del Discípulo Amado inclinado sobre el pecho del Señor en la Última Cena es símbolo y señal certeros de las maravillas de las que somos capaces de lograr si permanecemos unidos a su corazón sagrado.
Porque la fé cristiana, antes que la adhesión a una doctrina, es el vínculo inquebrantable que nos re-liga a Alguien, el Crucificado que es el Resucitado.

El Discípulo Amado es Juan, es también Pedro, tu y yo, la comunidad cristiana, la Iglesia, pues las primacías de amor entrañable son siempre de Dios. Es Dios quien se acerca, es Dios quien dá el primer paso, es Dios quien se desvive por todos, por toda la humanidad.

Los últimos versículos son de una gran belleza literaria, y a la vez son importantísimos, pues nos recuerdan a perpetuidad que los Evangelios no son una crónica ni una narración sino más bien relatos teológicos -espirituales-, don y misterio suficiente para la Salvación.
Y que el misterio de Cristo es enorme, inagotable; no hay modo de escribir y describir todo lo que hizo Jesús de Nazareth durante su ministerio y todo lo que ha hecho y sigue haciendo a través de los siglos, la luz de su Espíritu alumbrando y vivificando a cada mujer y cada hombre.

Paz y Bien


Pedro: oficio de pescador, estatura de pecador, misión de pastor









Para el día de hoy (02/06/17) 

Evangelio según San Juan 21, 15-19




Quizás por cierta modalidad formativa, o tal vez por cierta tendencia imperante en la Iglesia durante mucho tiempo, nos cuesta imaginarnos a un Cristo capaz de sonreír, de alguna broma amistosa, de unas buenas carcajadas. La importancia decisiva de su misión, su gravedad fundamental para la salvación de la humanidad no implica necesariamente un rostro permanentemente severo, de ceño fruncido, de acartonamiento pomposo.
El Señor es Dios hecho hombre, enteramente Dios y enteramente hombre, el más humano de todos, y nos solemos olvidar que el buen humor -aún en los momentos más difíciles- es una señal exacta de salud, de alma en paz.

La liturgia hoy nos ofrece el personalísimo diálogo entre el Maestro y Simón Pedro.
En el alma de Pedro seguramente aún hay un torbellino de imágenes y emociones yuxtapuestas, un Mesías derrotado en la ignominia de la cruz que ahora está vivo nuevamente, aunque con una diafanidad distinta a la que supo conocer, que comparte con ellos la comida, que aconseja y escucha. Pero especialmente porta la carga de esa triple culpa que lo demuele: él mismo, a pesar de sus encendidos juramentos, la noche de la detención de Jesús lo negó y renegó de de Él con la velocidad de un gallo del amanecer. Esa traición lo sojuzga y carcome por dentro.

Tal vez por eso Jesús quiere llevarlo paso a paso de regreso al perdón que es sanación y liberación. En parte por ello le hace tres preguntas similares, que se corresponden con esas tres negativas de Pedro. Más aún, comienza nombrándolo con su antiguo nombre -Simón- como sugiriéndole que ha regresado a lo viejo, a lo antiguo, a lo que ya no se es.
Pedro se entristece pues infiere una reconvención culposa. Pero el Maestro sólo le pregunta acerca de su capacidad de amarle, porque es ése y no otro el fundamento de la fé cristiana, el amor y el amor a Cristo que se expresa en el cuidado de los hermanos.

Aquí hagamos un alto: es dable imaginarse un brillo de maravillosa picardía en la mirada de Jesús, pues a cada pregunta hay escondida una respuesta tácita: ¿me amas? se corresponde a un ¡pues ahora tú también!.

Simón ben Jonás era galileo, pescador de oficio que es invitado por Jesúis de Nazareth a realizar un viaje de confianza mar adentro de las aguas turbulentas y oscuras del mundo. En esa confianza, en esa fé naciente, Simón tendrá un oficio nuevo, transformado, el de pescador de hombres. Porque la vocación comienza a partir de lo que somos y se dirige hacia lo que podemos ser y hacer con el auxilio de Dios. Y así entonces Simón será un hombre nuevo con un nombre nuevo también, Pedro, piedra o roca sobre la cual se fundamentará la fé de sus hermanos, se edificará la comunidad naciente y creciente que es la Iglesia.

Pedro confirmará a sus hermanos en la fé, es un hombre peligroso pues es un hombre que tiene horizonte y misión, una misión de paz, de rescate, de cuidado, de servicio que no tiene otra lógica santa que la del amor que aprendió de Jesús, su amigo y Señor.

Paz y Bien

La unidad de los cristianos, reflejo de la trinidad, sueño de Dios











Para el día de hoy (01/06/17) 

Evangelio según San Juan 17, 20-26





La unidad de los cristianos debería ser reflejo de la Trinidad, es decir, vínculos indisolubles e inquebrantables de amor que implican el conocimiento y reconocimiento del otro y la reciprocidad en el cuidado, el respeto y el afecto, el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro sin reservas.

Sin embargo, a través de la historia hemos truncado, a menudo con violencia y resentimientos perdurables, ese sueño primordial del Creador. A veces con palpables y explícitas razones doctrinarias, a veces con una soberbia militante, a veces por celos y por ansias tóxicas de poder y dominio.
Pero por más fundamentos que puedan argumentarse, el Maestro encomienda a los suyos a su Padre desde otros aspectos.

Esos aspectos tienen que ver con la esencia de Dios, el amor, de cómo guardamos en nuestras profundidades la Palabra y la ponemos en práctica, de cuanta caridad somos capaces de sembrar, pero también y muy especialmente de volvernos capaces de descubrir a Dios en el rostro y en la existencia del hermano.

Ese Dios que resplandece en el otro -tan hijo y tan amado como el que más- nos conduce también a la fé.

Es menester volver a creer en el hermano, con la misma intensidad que profesamos nuestra fé en Dios
Porque el signo de la Buena Noticia es la comunidad de los creyentes, familia creciente, ámbito de paz y de justicia que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

La Virgen nos visita








Visitación de la Virgen María

Para el día de hoy (31/05/17) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-56




La Virgen nos visita.

Es una muchacha muy joven, casi una niña con un embarazo extraño y sospechoso que se larga de su pequeña aldea polvorienta con las prisas de la solidaridad, de esa caridad que es socorro, compasión, que no admite demoras en la búsqueda del otro.
Ella vá de Nazareth hacia Ain Karem, es decir, recorre sola la tierra de Israel de norte a sur por rutas a menudo muy peligrosas. Pero la impulsa la Gracia, la misma Gracia que la ha colmado y fecundado, y nada puede detenerla: lleva en su seno la Salvación al Hijo de Dios, causa primordial de todas las alegrías.

La lógica indica que los cambios han de venir por príncipes, guerreros e importantes sacerdotes. Pero la Salvación y la historia se ha de resolver por las mujeres y los niños, dos niños santos y maravillosos.

El encuentro entre esas dos mujeres, tan distintas entre sí, es motivo de júbilo. Cuando nos juntamos y reconocemos como somos pueden suceder cosas asombrosas. Cuando María visita a los suyos, el Señor se hace presente y un tiempo de gozo y gratitud nos nace y no tiene fin, con la tenaz persistencia del amor.

María sabe conoce como nadie el misterio de la Redención que ha transformado su vida y que renovará la faz de la tierra. Porque su Dios -el Dios de José y Jesús de Nazareth- no es lejano ni difuso. Tiene un rostro concreto y está cerca, muy cerca, inclinado abiertamente del lado de los pobres, los pequeños, los humildes, un Dios que se brinda como lluvia fresca que nos vivifica, que derriba a los poderosos de sus tronos, que siempre cumple sus promesas, y que nunca, por ningún motivo, nos abandonará.

Paz y Bien

Gloria de Dios, gloria del hombre










Para el día de hoy (30/05/17) 

Evangelio según San Juan 17, 1-11



La liturgia nos regala hoy la llamada oración sacerdotal de Jesús. El Maestro, a las puertas de su Pasión, es un hombre a punto de morir que suplica por los suyos, porque prevalezca en Él y en los que son de Él -los Once, todos nosotros- la gloria de Dios.

Contrariamente a lo que se supone, la gloria de Dios no implica una alteridad tal que se pueda inferir al resplandor de un cielo inaccesible para nuestra limitadísima humanidad. Más bien la plegaria de Jesús tiene que ver con la acción bondadosa de Dios en la historia de la humanidad, ese Dios desconocido que se revela y manifiesta en Jesús de Nazareth, en todas sus enseñanzas, en sus gestos, en sus acciones y, por sobre todo, en su modo de amar hasta las últimas consecuencias. Paradójicamente, esa glorificación está asociada a la muerte en tanto que ofrenda libre de su propia vida, amor supremo.

La gloria de Dios se explicita en la eternidad que se vuelca generosa y abundante en la finitud de la vida humana. Es el misterio amoroso de la Encarnación -urdimbre santa de Dios y el hombre- ratificado en la Cruz y hecho definitivo en la Resurrección.

Por eso, cada vez que se ama sin reservas, que se ofrece la vida por el bien de los otros, que se vive en cada latido la Buena Noticia, se alaba y glorifica a Dios, y recíprocamente, como es siempre el carácter dialógico de ese amor que es Dios, Dios glorifica al mundo, y renueva la faz de la tierra.

Porque eso que llamamos cielo es don y es misterio, pero comienza aquí y ahora y por ese afecto y esa confianza incondicional que se nos ha brindado, se nos invita a edificarlo en el día a día, a cada instante, en todos los rincones de la tierra y el universo.

La gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud, una vida que no tenga fin, y comienza humilde y fiel cuando el pobre se yergue como un hombre digno e íntegro, más allá de la mera supervivencia, con el rostro vuelto al sol de la vida, Cristo, Señor de la historia y hermano nuestro.

Paz y Bien

Vencer al mundo, permitirse la esperanza









Para el día de hoy (29/05/17) 

Evangelio según San Juan 16, 29-33





En el ambiente cargado de sentimientos de la Última Cena confluyen varias posturas.

Por un lado, el miedo, la confusión y la tristeza que ya sienten los discípulos. Ellos no suponían de ningún modo que el Mesías esperado fuera como su Maestro, un hombre pobre y humilde que, contra todas sus expectativas, se iba a entregar voluntariamente a las manos de sus enemigos, al horror y a la abyección de la cruz, un Mesías derrotado y muerto, un Maestro que les enseña a amar y amarse por sobre todo, en la locura imposible de amar también a esos enemigos que buscan su mal y su destrucción.

Pareciera que en estas contradicciones -extremándolas, agudizándolas con esas ansias deshumanizantes que tantos esgrimen- se ubicaría Jesús de Nazareth. Él predica un reino que no es de este mundo porque sólo acepta al poder como servicio, y por ello mismo cualquier ansia de dominio,de prebendas y glorias nada tienen que ver con la Buena Noticia que respira y que es su horizonte fiel.

Él les afirma con su misma existencia en ese suplicio inminente que morirse por lo demás está bien, que es bueno, que es necesario para que todos vivan, que no hay que desanimarse ni abdicar de cualquier esperanza porque Él, aún antes de los espantos de la Pasión, ya ha vencido al mundo.

Porque vencer al mundo es confiarse en ese Cristo, en espejo a esa confianza desmedida e inusitada que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, mujeres y hombres poco fiables y quebradizos en nuestras miserias.
Vencer al mundo es afirmar cada día que morirse para que otros vivan y pervivan no es derrota por la muerte sino afirmación tenaz del amor, dar la vida de una vez, dar vida a cada día, con paciencia, con obstinación solidaria, con generosidad que no busca otro salario que el deber cumplido.

Vencer al mundo es permitirse la esperanza, con todo y a pesar de todo.

Paz y Bien

Ascensión del Señor, bendición universal








La Ascensión del Señor

Para el día de hoy (28/05/17) 

Evangelio según San Mateo 28, 16-20




Ellos son Once discípulos, y ese número preciso señala el paso abyecto de la traición por esa comunidad incipiente. Es símbolo exacto de una Iglesia quebradiza e imperfecta que aún así, con esas limitaciones y miserias, de la mano de Cristo cumplirá con su destino misionero y será capaz de todos los imposibles, de acciones humildemente maravillosas.

El punto de encuentro entre el Resucitado y los suyos es el monte, y es en Galilea.

Del monte no sabemos el nombre y quizás la importancia no es cartográfica, pues responde a una geografía teológica, a un punto concretamente espiritual: el monte como sitio en donde Dios se revela y manifiesta, en donde la altura representa a esa divinidad que es el Totalmente Otro.

Pero han de encontrarse en Galilea, y esto es clave y decisivo: en Galilea todo comienza, en la Galilea sospechosa y marginal, teñida de contaminación heterodoxa, en esos bordes mismos de la existencia comienza el ministerio y misterio de la Salvación, y es por ello mismo que es imperioso que todos regresemos a todas las Galileas de los bordes, para que la vida amanezca de una vez por todas.

Los Once oscilan entre el asombro, la fé y las vacilaciones de sus dudas. Es comprensible, pues a sus razones -tan limitadas como las nuestras- se les presenta este Cristo Resucitado de un modo novedoso, liberado definitivamente del abrazo oscuro de la muerte. Son hombres sencillos -varios de ellos rudos pescadores- y ninguna experiencia los ha preparado para lo que están viviendo.
Sin embargo, sean sus dudas también las nuestras y a la vez motivo de todas nuestras esperanzas: Dios no ha confiado la misión primordial a los ángeles o a hombres perfectos, sino que se confía, con todo y a pesar de todo, de mujeres y hombres capaces de alabar pero también que a menudo se tambalean en sus inseguridades.

La bendición ha de llegar a todos los rincones del universo desde una comunidad imperfecta que está en marcha por la fé que la congrega y el Espíritu que la anima.

Cristo asciende a los cielos y la naturaleza humana asumida por Dios en Él se plenifica hasta el infinito, a pesar de la muerte.
Es don inmenso que se ofrece generoso e incondicional a toda la humanidad, y es un misterio insondable de amor, de un Dios que al suplicio, al sufrimiento y a todos los desprecios responde con vida plena y perdurablemente eterna.

Pero también es misión. Cristo asciende para que todos podamos llegar a esa plenitud, pero no se vá. Se queda presente a través de los suyos, de todos nosotros, y la misión es precisamente ésa, anunciar que el cielo está aquí y ahora entre nosotros, volvernos docentes en el servicio, obreros en la bondad, compañeros en todos los caminos pues no tenemos otro mandato que el amor, que edifica la Iglesia, que transforma toda la tierra, con la fuerza y la constancia que brinda el saber que nunca jamás iremos ni estaremos solos.

Y aguardamos la llegada del Espíritu.


Paz y Bien

Saber pedir








Para el día de hoy (27/05/17):  

Evangelio según San Juan 16, 23b.-28




Pedir es un rasgo humano característico. Pedimos dinero, pedimos cosas prestadas, a veces pedimos perdón frente a errores y daños cometidos. Pedimos en tono de exigencia seguridad, pedimos instando a la justicia, pedimos a voz en cuello y con los dientes apretados que los poderosos abandonen la muerte y la corrupción. Pedimos amor, cercanía, contacto, tranquilidad, silencio, atención.

En cierto modo, pedir tiene un viso de humildad pues reconocemos que, sin dudas, sólos no podemos, que siempre necesitamos de los demás. Todos nos necesitamos entre sí, los más bravos, las más independientes y firmes. No saber o no querer pedir a veces es cuestión de pudor o vergüenza, de timidez silenciosa. El problema comienza cuando existe el convencimiento, producto de un falso orgullo, de que no tenemos que pedir, de que todo lo podemos por nuestra cuenta; de allí a tomar por la fuerza lo que no nos pertenece hay pocos pasos.

Pedir nos acerca a nuestra estatura real y veraz de mujeres y hombres quebradizos y limitados, todos, sin excepción.

Cuando ello se traslada a los ámbitos de la fé, una fé que transforma la totalidad de la existencia, nos podemos reconocer mendigos de la Divina Providencia, Lázaros malheridos de la misericordia de Dios.

Siempre hay que pedir con confianza. Pan y trabajo, perdón y salud, auxilio, calma, justicia, fortaleza.
La confianza nos la brinda Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor, que nos ha revelado la esencia intrínseca de Dios que es amor, que nada se reserva para sí, que es donación perpetua, eterna, incondicional, infinitamente generosa.
Como niños que se abandonan al amor de su Padre, sabemos que no quedaremos nunca defraudados.

Pero hay más, siempre hay más en nuestros estrechos horizontes. La Resurrección empujó al destierro definitivo todos los imposibles, los no se puede, los nunca y los jamás.

Aún así, no hemos pedido nada.
La plegaria siempre es escuchada, y extrañamente, nuestra oración es ante todo respuesta antes que súplica. Respondemos como podemos y a nuestro modo a un Dios que tiene todas las primacías, que siempre nos está llamando en frutal silencio con mirada de Padre y manos de Madre.

No hemos pedido nada pues en el nombre de Cristo, la eternidad, la vida sin fin, la Buena Noticia, eso que llamamos cielo, se encuentra al alcance de cada corazón creyente.

Paz y Bien

Cristo, nuestra alegría










Para el día de hoy (26/05/17) 

Evangelio según San Juan 16, 20-23a




Abordar la cuestión del dolor y del sufrimiento humano en unas líneas tan escasas y limitadas como éstas tendría un cariz limitante y fraccionado, toda vez que requiere una profunda reflexión, máxime si lo que intentamos es su comprensión a la luz del Evangelio.

Sin embargo, podemos acercarnos a algunos aspectos que nos sirvan para orientar la mirada.
Es preciso, no obstante, establecer que el sufrimiento no es grato ni deseable, ni es del agrado del Dios de la Vida; en un sentido opuesto, la cruz de Cristo no sería ya la ofrenda inmensamente generosa de su vida sino más bien el precio a pagar a un dios absurdamente cruel. Y ése no es el Dios de Jesús de Nazareth.

Pero este Cristo, sabedor cabal de los horrores que le esperaban, no rehúye a la Pasión. Con entera libertad asume la aparente victoria de sus enemigos, el aplastamiento de una muerte ignominiosa.
Porque Él tiene la capacidad de mirar y ver más allá de lo inmediato y de las apariencias, y en su horizonte -que es el mismo de Dios- hay una vida que no perece. Esa esperanza lo sostiene y lo alimenta, y en sintonía amorosa su sacrificio, sus pesares y sus dolores padecidos cobran nuevo sentido, con todo y a pesar de todo.

En Cristo todo es enseñanza, para los discípulos de los inicios y para los discípulos de todas las épocas entre los que estamos nosotros mismos. Él sabe que su sacrificio no será en vano porque, por intolerables que fueran, esos dolores preanuncian una vida que viene pujando por nacernos, una vida plena, una vida definitiva.

Por eso cuando el dolor se hace ofrenda y se reviste -aún en medio de lágrimas y lamentos- de una humilde esperanza, todo puede cambiar y volverse santo en el aquí y el ahora.
Porque por Cristo sabemos que ninguna tristeza ni ninguna ausencia son definitivas. Él es nuestra alegría plena.

Paz y Bien

La tristeza se convertirá en alegría








Primer Gobierto Patrio Argentino

Para el día de hoy (25/05/17) 

Evangelio según San Juan 16, 16-20



La cruz, como hecho concreto y como símbolo, puede verse de tres modos o aspectos distintos.

Uno es el externo, el del horror y el espanto, el del patíbulo, el de la ignominia, el de la abyecta maldición, el del Mesías derrotado que torna insoportable a los conceptos portados o imaginados.

Otro, es el de las connotaciones interiores de aquellos cercanos al Maestro. Aún cuando la gran mayoría se dispersará presa del miedo, todos ellos -frente a la muerte de Jesús- vestirán sus almas de tristeza. Es muy humano llorar, quebrarse en la pérdida, suspirar ausencias que a menudo se hacen tan patentes en los platos vacíos de la mesa común. Y esa tristeza parece, sombríamente, volverse definitiva, quiere quedarse de modo permanente.

Pero hay un tercer aspecto que deja muy atrás a todos los demás, y que escapa a toda racionalización. Posee la misma ilógica santa del amor. Ese aspecto es el de la cruz que esconde el germen de la alegría perpetua, infinita, eterna, dolores de parto que preanuncian una vida nueva.
El error quizás estribe en aferrarse a la necesariedad, es decir, a que resulte imprescindible el crisol del dolor y el sufrimiento para que haya brotes nuevos, existencias renovadas. Ello tiene poco y nada que ver con la Buena Noticia.

Pero cuando llega el dolor, cuando se hace tan duramente presente, hay que abrazarlo. Hay que hermanarse al dolor, hay que asumirlo como esa cruz que por el misterio insondable de la bondad divina deviene en símbolo y signo de paz y de bien aún cuando su intención primera y su sentido inicial sea cruel.

Con su Resurrección, Jesús de Nazareth dá el primer paso rotundo para que todos y cada uno de nosotros nos volvamos audazmente capaces de realizar nuestra Pascua. Pues nunca, jamás, estaremos librados a nuestras limitaciones ni sometidos a los azares.

Paz y Bien

Espíritu Santo, verdad en plenitud








Para el día de hoy (23/05/17) 

Evangelio según San Juan 16, 12-15



A pesar de haber compartido tanto con Jesús, casi todo su ministerio, conviviendo con Él por los caminos durante tres años, los discípulos no alcanzaban a comprender la real dimensión de su Maestro, la Salvación ofrecida, el rostro de Dios que en Él resplandecía.
Están en el cenáculo, la cruz está demasiado cerca y no queda casi tiempo; Jesús de Nazareth es un hombre que se sabe próximo a la muerte -una muerte horrorosa- y no quiere dejar a sus amigos librados a su suerte, con tantas dudas y tanto por aprender y aprehender en las honduras de sus corazones.

En Jesús todo es darse, expresión total de la esencia de Dios, un Dios que es comunidad, que es familia, que es movimiento y donación amorosa perpetua y eterna. Por eso, para no dejarlos solos les dejará el Paráclito, Espíritu Santo que es la vida que no se apaga.
Por el Espíritu se llega a la verdad en plenitud, los primeros discípulos y los de todos los tiempos y todas las épocas. Pues la verdad en plenitud es el conocimiento profundo de Cristo y su seguimiento, pues la verdad ya ha dejado de ser un concepto que se internaliza, una abstracción inteligida, un categorema adoptado.

La verdad, en este tiempo nuevo y asombroso, es una persona, Jesús el Cristo, hombre y Dios.

Esa esencia amorosa de Dios es el salir siempre de sí mismo y donarse incondicionalmente, a pura generosidad, y por el Espíritu del Resucitado podemos ser capaces de conocer plenamente al Redentor, su misión y la Salvación ofrecida a toda la humanidad.

El Espíritu es movimiento, viento divino que sopla en todas partes, que enciende lo que se ha apagado, que moviliza lo que se ha quedado paralizado, que despierta los corazones adormecidos.
Por el Espíritu todo puede cambiar, y esa verdad que seremos capaces de hacer nuestra, de encarnarla en el día a día nos volveremos enteramente libres, seres transformados que siguen los pasos de Aquel que encabeza la gran caravana de la vida que jamás finalizará.

Paz y Bien

Espíritu Santo, herencia de Cristo








Para el día de hoy (23/05/17) 

Evangelio según San Juan 16, 5-11



Afirmación y don generoso e incondicional, pagado a precio de sangre, el Espíritu Santo es el legado más precioso que Cristo ha dejado para toda la humanidad.

Luz para los pueblos, consciencia plena, Padre de los pobres, consuelo de los afligidos, fuente de todas las esperanzas, defensor de los perseguidos, palabra recuperada, vida divina que se dona sin reservas.

Con todo y a pesar de todo, no podemos ser esclavos del temor, aún cuando ese temor refiera al Maligno: la Resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte, sobre todas las muertes amargas que nos toca beber, que nos imponen y que en nuestras miserias elegimos.

La Salvación como don y misterio se expande en mujeres y hombres con corazón de hijos y alma de prismas, que en su transparencia multiplican los destellos de esa vida nueva y definitiva que sopla sin cesar por todo el universo y especialmente sobre la superficie de la tierra, en la tierra fértil de los corazones haciendo que nazcan cosas nuevas y buenas.

Con tanta generosidad que se desborda inconmensurablemente -como el pan en doce canastas, como las tinajas repletas de vino bueno- el eco que hemos de producir no ha de tener los sonidos disfónicos y aturdidores del egoísmo y el individualismo. El Espíritu resplandece y se hace presencia en aquellos que se hacen vida para los otros, y cuando la comunidad se reune como familia, como imagen de ese Dios que sale de sí de continuo porque ama, sin reservarse nada, des-viviendose por los demás.

Todo es promesa y horizonte si nos animamos a confiar que no estamos solos, que Él se ha ido para quedarse definitivamente.

Paz y Bien

Paráclito: abogado, consejero, consolador, intercesor










Para el día de hoy (22/05/17) 

Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4




La fidelidad a Cristo y a su Buena Noticia no es un proceso abstracto ni aséptico, sin consecuencias. Más aún, vivir el Evangelio necesariamente tendrá sus consecuencias, consecuencias graves, durísimas, violentas: ninguna fidelidad, desde la mirada obtusa del poder, quedará impune.

Esto lo sabían bien los discípulos y las primeras comunidades: serían expulsados ignominiosamente de su espacio religioso de siempre, excomulgados sin más trámites de las sinagogas, y serían perseguidos hasta la muerte -previo juicio- por los poderes políticos, especialmente por la Roma imperial.
Los cristianos de hoy en día tampoco están exentos de las persecuciones, las que se han refinado en sus modos pero siguen teniendo su carga de odio y su dosis de crueldad, y no es aventurado afirmar también que la medida de las persecuciones y repudios sufridos es también la medida de la fidelidad practicada.

El Maestro promete sin ambages el Paráclito -Parakletos en su origen griego, o alguien llamado en su traducción literal. Es Aquel a quien se clamará por ayuda, es el Espíritu Santo de Dios que acudirá como Abogado, Consejero, Consolador e Intercesor.

Abogado que nos defenderá en principio de nosotros mismos, de todo el mal que hemos hecho -Espíritu de misericordia y perdón.
Consejero que nos dará las palabras justas para que nuestro testimonio sea veraz, aún en los momentos más difíciles.
Consuelo en nuestras horas más bravas, en las noches que se hacen perpetuas, en las angustias y en las lágrimas.
Intercesor de nuestra pequeñez y limitación frente al misterio eterno de Dios, fuerza de la vida, vida plena, alegría y profecía.

No hay precio porque no hay condiciones, porque todo se decide por la Gracia de Dios.

Por ello, en feliz reniego de una religiosidad retributiva o de obligaciones tabuladas, roguemos que nuestra obediencia sea sencillamente que nos reconocemos hombres y mujeres que hacemos lo que debemos porque Alguien, a costo de su propia vida, nos ha comprado tiempo, tiempo eterno para crecer y dar frutos.

Paz y Bien

Vivificados por el Espíritu










Domingo 6° de Pascua

Para el día de hoy (21/05/17):  

 Evangelio según San Juan 14, 15-21




El Maestro se está despidiendo de los suyos. El ambiente de esa cena última sobreabunda en miedo y en tristeza; es que toda despedida implica dolor, y en el caso del Señor, la certeza de su derrota aparente en la cruz y su muerte demuele el corazón de los discípulos.

Jesús se dispone a amar hasta al extremo a Dios y a los suyos, y esa fidelidad total tiene su horizonte definitivo en el regreso a su Padre. Por ello mismo su misión encontrará pleno sentido y se consumará regresando a la casa de Abba de donde vino, por ello mismo es conveniente que Él se vaya.

Su partida, en la ilógica del Reino, implica una presencia suya más plena y permanente. Esa presencia perpetua suya obrará a partir de la llegada de su Espíritu, el Paráclito, el Abogado, el Defensor, el que todo lo fecunda, Él mismo habitando los corazones de toda la humanidad.

Su nueva presencia -Espíritu Santo- es fuerza y es dinamismo. Nadie podrá quedarse quieto ni paralizado por miedos o comodidades.
Es Espíritu de verdad y por ello Espíritu de justicia, posibilitando en los corazones de mujeres y hombres fieles discernir lo que es justo de lo que no lo es, lo que es de Dios de lo que se le opone, lo que acrecienta la vida de lo que la socava.

En aquellos que se dejan transformar acontece el juicio porque todo ha de salir a la luz. Dios no condena -Dios es amor y salvación-, más somos nosotros los que solemos elegir senderos de muerte y olvido, dilapidando el regalo mayor de la existencia.

El Espíritu impulsa y anima.
 
Habrá que atreverse a la irreverencia de vivir en plenitud con su fuerza, con todo y a pesar de todo, la terrible rebelión de ser felices con Dios y con los hermanos.

Paz y Bien

Falsas seguridades








Para el día de hoy (20/05/17):
 
Evangelio según San Juan 15, 18-21



Antes de partir, Jesús establece la comunidad en la que su Espíritu -Él mismo- ha de permanecer, y que ha de ser signo de salvación, señal del Reino.

Esta comunidad se establece desde el amor, y aún más, desde el amor expresado en amistad. Es decir, entre los que pertenezcan a ella prevalecerá la igualdad a pesar de las diferencias, el bien común por sobre el individual libremente aceptado, la trascendencia encontrada y descubierta desde el gesto más sencillo, el cuidado y la protección de cada uno como único y sagrado.

Frente a esto, el Maestro advierte que el mundo ha de ofrecer ciertas seguridades.
 
La seguridad de que el egoísmo y la avaricia son rectores de almas a cualquier costo, aún cuando suponga devorarse la vida de millones.
 
La seguridad de que habrá paz imperial, la paz de la sumisión, la calma de los cementerios.
 
La seguridad de que la exclusión y la miseria son dables, deseables y justificables.
 
La seguridad de vidas violentas, de ideologías impuestas a los golpes, de la disidencia mansa acallada con la prisión y la tortura.
 
La seguridad de que toda dignidad será atropellada, menoscabada y vulnerada en el culto al cruel dios Mercado.

Por eso mismo, seguir con fidelidad los pasos de ese Jesús que vá con nosotros por delante, nos trae certezas de persecuciones y de odio profuso.
A medida que nos crezca el corazón desde la oración y en la comunidad, el mundo se nos hará cada vez más ajeno,terriblemente contrario, dolorosamente adverso. Más aún, las persecuciones son signo cierto de la fidelidad al Evangelio, y su ausencia ha de preocuparnos

Sin embargo y a pesar de todo, ese odio también es tarea y mandato.
 
Con el auxilio del Espíritu es posible renovar la faz de la tierra, tarea santa de los seguidores del Resucitado que se sumergen voluntariamente y con alegría en esas aguas turbulentas y mundanas.

Paz y Bien

El amor, mandato y herencia








Para el día de hoy (18/05/17) 

Evangelio según San Juan 15, 12-17 



Un mandato no es necesariamente una orden que ha de obedecerse ciegamente, sin pensárselo dos veces.

Un mandato implica que se ha confiado en alguien para un cometido determinado, y en el confiar reposa también la certeza de que el mandatario posee las cualidades o capacidades necesarias para lo que se le ha encomendado. Por eso quizás se nos ha desdibujado este sentido básico cuando aplicamos estos conceptos a nuestros gobernantes, en el país que fuere. Y esa confianza brindada implica una responsabilidad, una ética, es decir, un modo de actuar en el mundo y para con los demás.

El mandato de Jesús de Nazareth no es un la obligación de cumplir un número predeterminado de normas específicas, y el Maestro lo ha enseñado del mejor de los modos posibles, viviéndolo Él mismo en cada momento de su existencia, y haciéndose ofrenda infinitamente generosa para el bien de toda la humanidad.
Ese mandato es el amor, y antes que arribar a definiciones que delimitan trascendencias, es menester contemplar al mismo Cristo, al modo en que Él amaba, y cómo Él traducía en nuestro rudimentario lenguaje humano el corazón eterno de Dios que es ese amor infinito.

Amar, en la sintonía de Cristo, es ser para los demás. Y ser para los demás porque primero y ante todo nos descubrimos hijas e hijos amados por Dios, cuyo amor se expresa y explicita en ese Cristo que se desvive por los otros, buenos y malos, justos y pecadores.
No es, como podría inferirse, una progresiva aniquilación del yo y una disolución de la voluntad y la personalidad; antes bien, es una decisión enteramente libre y voluntaria que se fundamenta en que nos ha amado primero, y que no hay otro modo de trascender que el romper caparazones de egoísmo y soberbia, y salir al sol, al encuentro del otro.
Más aún, salir en la afanosa búsqueda del otro porque en verdad, al prójimo se lo edifica toda vez que nos aprojimamos/aproximamos.

Tan intoxicados por los medios de comunicación como estamos, y portadores de criterios tan banales, solemos confundir lo heroico con lo espectacular o con lo eminentemente trágico. Sin embargo, lo heroico es mantenerse en ese principio primordial de ser para los otros, y no transigir jamás.

Y por sobre todo, animarnos y atrevernos así, dando la vida y dando vida, a ser felices.

Paz y Bien





La alegría, identidad cristiana








Para el día de hoy (18/05/17):  

Evangelio según San Juan 15, 9-11




El amor de Dios es infinito e incondicional. Jesús de Nazareth lo sabe bien y lo revela: Dios nos ama con amor de Padre y Madre, un amor de dación perpetua, porque el amor de Dios -su propia esencia- es ágape, es decir, es mucho más que un sentimiento o algo con un cariz gustoso, agradable. Ágape es ser para los demás, para una persona en concreto, sin dispersarse en generalidades banales, actuando y obrando por y para los demás sin reservas, aún cuando ello implique abordar la nave del sacrificio, del morir para que otro viva. Nunca mejor utilizado aquí es el término des-vivirse.

Ese amor de Dios permanece con todo y a pesar de todo, a pesar de nuestros quebrantos e infidelidades, a pesar de que bajo parámetros mundanos nuestras miserias no nos conceden escapatoria. La misericordia alimenta los asombros y sostiene al universo, y así sacrificio abandona cualquier pretensión luctuosa y se nos abren las aguas pascuales hacia su sentido primordial: sacrificio es hacer sagrado lo que no lo es, consagrar.

Ese amor entrañable nos revela nuestra identidad primordial e irrevocable, y es la de ser hijas e hijos, y por ello mismo, mujeres y hombres libres.
Sólo las mujeres y los hombres libres actúan de acuerdo a ese amor fundante, pues somos tales porque nos sabemos amados primero por Dios en la mano salvadora de Cristo Resucitado. Por ello mismo seguimos sus enseñanzas, por ello mismo guardamos como un tesoro la Palabra y observamos los mandamientos, por ese Padre que nos ama con amor de Madre.

La observancia de los mandamientos por conveniencia, por pertenencia simple o por miedo es referencia de los esclavos, de los mercenarios. Nunca de los hijos.
El amor de Dios es fuente inagotable de todas las alegrías, por el valor inmenso que cada uno de nosotros -mínimos, quebradizos, invisibles- tenemos a la mirada y a la bondad de Él. Ésa es la Alegría del Evangelio que con voz profética Francisco intenta despertarnos de tantos sopores y angustias.

Porque la alegría con que vivamos es señal de identidad. Signo de que nada ni nadie -ni nosotros mismos- podrá separarnos del amor de Dios. Y que la vida cristiana es plenitud, eso que llamamos felicidad, porque se explaya en los demás, desertores felices de cualquier egoísmo.

Paz y Bien

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