Hay un Dios caminante entre nosotros















Para el día de hoy (26/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 8, 1-4









En cierta especulación habitual, todo milagro refiere únicamente a la intervención divina en favor de una necesidad humana que no puede subsanarse en estos planos temporales. No está mal, claro está, pero tampoco lo está en expandir nuestro campo de visión interior.

La Encarnación de Dios, del Verbo que se hace carne y acampa entre nosotros, supone la alianza definitiva y eterna de Dios con la humanidad, urdimbre santa en donde se teje una nueva historia fecundada por lo infinito, por la Gracia. Y así los milagros conjugan fé, corazón y amor entre el hombre y Dios.

En el suceso que el Evangelio para el día de hoy nos hace presente, acontece más de un milagro.

Hemos de tener en cuenta la situación de los enfermos de lepra en el siglo I y en la Palestina del ministerio de Jesús: sin los avances médicos actuales, la enfermedad era altamente contagiosa, además de provocar las terribles lesiones o llagas que podían llegar a desfigurar al paciente. A ello, había que añadir las puntuaciones de la ley mosaica y los preceptos por entonces vigentes, que identificaban a cualquier enfermedad como producto de pecados propios o de los parientes directos, condición de impureza religiosa y social y, por lo tanto, de obligado ostracismo comunitario. Como si no bastara, todo aquel que se pusiera en contacto con un impuro -un leproso, un enfermo, un cadáver- a su vez se convertía en impuro y, por lo tanto, debía ser segregado de la comunidad.
Las reglas eran cruelmente estrictas, y solían cumplirse a rajatabla. En el caso de los leprosos, a su vez debían agruparse para subsistir en lugares desiertos, vestirse con harapos y a la vista de cualquier caminante, declarar a los gritos su condición de impuro a fin de ser evitados.

Pero este hombre agobiado por la lepra, el desprecio y la marginación, tiene un corazón que cree y confía en ese rabbí galileo. Por ello mismo sabe que puede ser limpiado hasta las honduras de su alma, aunque ignore si será voluntad de ese hombre bueno que tantas cosas ha hecho en favor de los pobres y olvidados. Tanto así que es capaz de vulnerar flagrantemente esas norma rígida de quedarse al margen, y se acerca al Señor, con su alma humilde puesta a sus pies.

Acontece más de un milagro.

El cuerpo de ese hombre se limpia de toda llaga, de las llagas que hieren su piel y de las llagas que horadan su alma. Es de nuevo un hombre que ha de reintegrarse en plenitud a su comunidad, y por ello el Maestro le indica presentarse a cumplir con los ritos prescritos, quizás los mismos ritos que lo marginaron.
Ese hombre se despertó de su letargo de dolor a pura confianza y coraje. No hay que detenerse ni preocuparse cuando se vá al encuentro de la Buena Noticia del Reino.
Y el Maestro no toma en cuenta las consecuencias que pueda tener su obrar, pues ante todo extiende su mano y toca al leproso prohibido. La llaga de la soledad ha sido sanada, la lastimadura de la exclusión ha cicatrizado.

Es que hay un Dios caminante entre nosotros que nada ahorra a la hora de nuestra sanación, de nuestra plenitud.
Hasta es capaz de morirse para mantenernos con vida, y con vida en abundancia.

Paz y Bien

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