María, hablale a tu Hijo de todos nosotros














2º Domingo durante el año

Para el día de hoy (20/01/19):  

Evangelio según San Juan 2, 1-11










El Evangelista Juan brinda una precisión contundente: el milagro en Caná de Galilea es el primero de los signos de Jesús de Nazareth. Más que un hito cronológico, se trata de la señal cierta de un nuevo y definitivo comienzo, del tiempo de la Salvación, del tiempo de buenas y nuevas noticias.

Todo acontece en la celebración de una bodas. Unas bodas se festejan porque la vida se reafirma, porque hay dos que se aman, por la promesa de los hijos, porque ese amor trasciende la mera acumulación del uno más uno. En medio de tantos camposantos, un banquete para celebrar unas bodas es más que propicio.
Pero unas bodas tienen también una profunda connotación mística, espiritual, y refiere a los esponsales de Dios con la humanidad.

Primer signo, primera señal de un Cristo que viene a hablarnos de ese compromiso inquebrantable del amor de Dios.

María, la Madre del Señor se encuentra allí. Caná de Galilea se encontraba relativamente cercana a la Nazareth de la Divina Familia, con lo cual es probable que María fuera conocida por las familias de los esposos. Pero también Ella está allí por ser Madre y por ser discípula, una tranquila presencia que brinda certezas que no se disuelven en coyunturas o reglamentos.
La Madre del Señor está allí acompañando a los hijos en esa vida que se festeja, atenta a todo lo que les pasa, silenciosa y feliz de sus alegrías pero presta a contarle al Hijo de los otros hijos, de cuando el vino de la alegría parece que se les acaba y la esperanza se les agota.

Había allí seis tinajas de piedra. Seiscientos litros de agua utilizada para las abluciones religiosas, para purificarse según los ritos establecidos. Pero es un tiempo nuevo, y es menester saber que no serán las acciones piadosas las que purifiquen corazones y existencias, sino que es Cristo el que purifica.
El amor de Dios transforma el agua sin destino en el vino de la alegría, en el vino de la vida que no se apaga, abundante vino bueno para todos los presentes y para toda la humanidad de todos los tiempos.

Nosotros somos esas tinajas de piedra, con nuestras posibilidades -escasas a veces, numerosas otras- como agua simple, que se transforma en el vino santo de la vida plena, vino de misericordia que sólo Cristo puede transformar en las honduras de nuestras almas, vino de alegría, de compasión, de misericordia y de justicia, vino que se escancia con los demás en la celebración cotidiana que se reafirma haciendo lo que Él nos diga, haciendo presente la vivencia de su Palabra.

Que la Madre del Señor le hable siempre de todos nosotros, para que no se nos adormezca la fé ni se nos apague la esperanza.

Paz y Bien

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