El mal en fuga por la presencia de Cristo














Para el día de hoy (16/01/19):  

Evangelio según San Marcos 1, 29-39







En la lectura del día podemos contemplar un desplazamiento que no es solamente físico sino teológico, es decir, espiritual: el Maestro ha participado de las celebraciones propias del Shabbath, ha sanado a un hombre poseído por un espíritu impuro y se ha dirigido a la casa de amigos, y en esa casa en donde el Reino se manifiesta en plenitud, señal de un pueblo nuevo que tiene calor hogareño, una Iglesia que crece con Cristo y se reconoce familia bendita.

El ambiente es extrañamente profano, secular. Aún así, lo sagrado no refiere tanto a las cosas rituales de los hombres sino más bien a la presencia del Señor en medio de los suyos, y las primeras comunidades cristianas no diferenciarán templos de hogares, pues en las casas crecía la Iglesia.

Había terminado el culto más no el Shabbath con sus estrictas normas que se observaban sin excepción; sin embargo, el Maestro entendía que el Sábado era para el hombre y nó a la inversa como se imponía, ante lo cual no le preocupaba demasiado transgredir ciertos reglamentos que deshumanizaban.
Así entonces le avisan de la enfermedad de la suegra de Pedro. Nunca debe haber excusas ni demoras frente al sufrimiento y al dolor.
Pero se trata de una mujer y, para colmo, de una mujer enferma. Socialmente, carece de derechos, de voz y de voto; religiosamente, es una impura ritual -por la enfermedad- que debe aislarse, en una suerte de estado de contagio de esa condición cultual. Quizás las fiebres que la doblegan sean también reflejo de cierta ideología que razona dolores, que justifica sufrimientos, que aplauden humillaciones impuestas.
Entonces el milagro acontece, con el carácter sencillo y profundamente humano de Cristo: no hay en Él ritos ni fórmulas arcanas, sólo el gesto de tomar su mano y hacerla levantar. Precisamente ése es el milagro de bondad, reconocerla en su dignidad de mujer, de hija y de hermana, sin importarle las consecuencias transgresoras del Sábado y de esas normas sociales que lo obligaban a tomar distancia.

El mal en fuga por la presencia de Cristo, el bien que florece desde la ternura y la misericordia, la salud restablecida que es expresión de una Salvación que atañe a toda la existencia.

Esa mujer, inmediatamente, se pone a servir a los presentes. No se trata solamente de tarea de mujeres, sino de una nueva diaconía que desafía estructuras y que es a su vez plegaria de gratitud. A menudo la oración no se expresa con palabras pero sí con gestos concretos.

Por la tarde, una multitud de dolientes se congrega a las puertas de aquella casa, un desfile interminable de enfermos que parece no terminar. Van a esa hora, pues las imposiciones del Shabbath restringían movimientos más temprano, y hay un cariz de querer esconder lo doloroso por fuera de la sacralidad.
Quizás muchas de esas personas buscaban al sanador mágico, y otros al Mesías restaurador de la corona davídica, pero no al Mesías sufriente y servidor, y está el peligro de embarcarse en la nave fútil del éxito, con el riesgo paralelo de quedarse con los beneficios de la presencia del rabbí galileo para unos cuantos.

Pero el Señor no es de nadie y es de todos. La Buena Noticia ha de llegar a todos los pueblos, sin esperar gratitudes ni actos de reconocimiento por todo el bien que ha prodigado. La bendición de Dios ha de llegar a todas las naciones, y ésa es nuestra misión y nuestro horizonte que edificamos a diario con el Cristo orante que camina con nosotros.

Paz y Bien


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