San Pío del Pietrelcina, presbítero
Para el día de hoy (23/09/17)
Evangelio según San Lucas 8, 4-15
La escena transmitida por el Evangelista Lucas es magnífica: una multitud venida de todas partes que se reune alrededor del Maestro, escuchándole con atención. Muchos de ellos sin dudas eran labriegos o campesinos, por lo que podemos imaginar sin ninguna dificultad sus gestos de asentimiento y asombro frente a la parábola que Jesús de Nazareth les brinda.
Es llamativo que en toda la parábola -no en su explicación privada y posterior a los discípulos- no se mencione Dios, Reino, Salvación o Mesías. En este sentido, la parábola es descaradamente profana y, tal vez, demasiado secular para los religiosos profesionales de miras estrechas.
El asombroso tesoro escondido tras sus vocablos e ilógica es que el Reino de Dios está indefectiblemente entretejido en lo cotidiano, la eternidad en santa urdimbre con el aquí y ahora.
Pero también enciende las alarmas de nuestras prudencias desmedidas la actitud del sembrador. Pareciera un sembrador demasiado despreocupado, o quizas hasta algo tonto y torpe, pues parte de esa semilla -los campesinos galileos sabían que las semillas eran bastante caras- vá a parar a sitios en donde no hay frutos buenos ni germinación ni crecimiento constantes. Hay algo de pátina azarosa en su conducta, pero hay mucho -muchísimo- de confianza en lo que sucederá en los surcos. Con todo y a pesar de todo, de las tormentas, las piedras, las plagas o la cizaña engañosamente tibia.
El sembrador actúa de ese modo tan extraño porque confía totalmente en la semilla que porta, en su impresionante fuerza escondida, en su maravillosa capacidad de rinde, pródigamente frutal. Y aunque muy a menudo en los surcos no estará a la espera la tierra fértil de las almas, a pesar de ello han de crecer árboles frondosos y habrá una cosecha de frutos extraordinarios.
No podemos permitirnos los desánimos personales ni misioneros. La fuerza de la Palabra de Dios no se deja atrapar por nada, y basta cobijarla al calor de los corazones para que la vida, esa vida que siempre se nos está creciendo y renovando, vuelva a brotarnos en cada amanecer.
Paz y Bien
Es llamativo que en toda la parábola -no en su explicación privada y posterior a los discípulos- no se mencione Dios, Reino, Salvación o Mesías. En este sentido, la parábola es descaradamente profana y, tal vez, demasiado secular para los religiosos profesionales de miras estrechas.
El asombroso tesoro escondido tras sus vocablos e ilógica es que el Reino de Dios está indefectiblemente entretejido en lo cotidiano, la eternidad en santa urdimbre con el aquí y ahora.
Pero también enciende las alarmas de nuestras prudencias desmedidas la actitud del sembrador. Pareciera un sembrador demasiado despreocupado, o quizas hasta algo tonto y torpe, pues parte de esa semilla -los campesinos galileos sabían que las semillas eran bastante caras- vá a parar a sitios en donde no hay frutos buenos ni germinación ni crecimiento constantes. Hay algo de pátina azarosa en su conducta, pero hay mucho -muchísimo- de confianza en lo que sucederá en los surcos. Con todo y a pesar de todo, de las tormentas, las piedras, las plagas o la cizaña engañosamente tibia.
El sembrador actúa de ese modo tan extraño porque confía totalmente en la semilla que porta, en su impresionante fuerza escondida, en su maravillosa capacidad de rinde, pródigamente frutal. Y aunque muy a menudo en los surcos no estará a la espera la tierra fértil de las almas, a pesar de ello han de crecer árboles frondosos y habrá una cosecha de frutos extraordinarios.
No podemos permitirnos los desánimos personales ni misioneros. La fuerza de la Palabra de Dios no se deja atrapar por nada, y basta cobijarla al calor de los corazones para que la vida, esa vida que siempre se nos está creciendo y renovando, vuelva a brotarnos en cada amanecer.
Paz y Bien
2 comentarios:
Que sepamos ser tierra fértil, para la Palabra de Dios. Y asimismo, sepamos transmitirla a quienes la necesitan, o quizás no la conocen. Que tengan un Bendecido fin de Semana. Paz y Bien
Que seamos esa tierra que Dios espera de nosotros para producir el fruto cien por cien, para ser don para todos los que entren en contacto con nosotros.
Sigo rezando por ti Ricardo.
Dios te bendiga.
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