Para el día de hoy (27/09/17):
Evangelio según San Lucas 9, 1-6
Quizás los Doce no hayan tomado conciencia plena de la misión que el Maestro les encomienda. Tal vez nosotros tampoco. Es que el Maestro, al darles poder y autoridad para sanar y liberar, para proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios deposita en ellos una confianza inimaginable, pues la misión de Cristo será ahora la misión de los discípulos.
En cierto modo, Él tiene en ellos una fé impresionante que, sin dudas, no es recíproca.
La misión no tiene nada de abstracto. A menudo se ha afirmado que la misión de la Iglesia es la salvación de las almas; sin embargo, esa afirmación esconde visos de abstracción y un énfasis postrero, post mortem, que se aleja con escasa compasión de la insondable ternura de la Encarnación de Dios.
Hay muchos demonios que expulsar. El demonio del egoísmo. El demonio que confunde, que aleja a los hermanos. El demonio que enturbia las miradas para no poder ver a Dios como un Padre bondadoso, y sí como un verdugo punitivo sediento de sangre. El demonio de la exclusión y la soberbia. El demonio que no permite crecer en humanidad y honradez.
Muchos son los dolientes. Enfermedades corporales que hacen sufrir, patologías espirituales que aniquilan las semillas que crecen con vida nueva. Corazones divididos, corazones dolientes, corazones agobiados de miseria y soledad, hijos abandonados de todas las omisiones.
Es misión de paz en donde la violencia no tiene lugar, en donde el poder que se ejerce es el servicio a los demás. Misión de liberación, porque mujeres y hombres han de erguirse mansamente desde los fangos en que están sumergidos.
Misión humilde que confía en la divina providencia antes que en el falso dios del dinero, que se aferra al Espíritu antes que a las cosas.
Pero por sobre todo, y aunque es necesario decir las cosas como son, proclamar la Buena Noticia para todos los pueblos comenzando por los pobres, se trata de ser Evangelios vivos, palpitantes, Evangelios que respiran, Evangelios en donde en cada segundo de la existencia se pueda leer el paso salvador de Dios por la historia.
Humildes obreros para mayor gloria de Dios.
Paz y Bien
En cierto modo, Él tiene en ellos una fé impresionante que, sin dudas, no es recíproca.
La misión no tiene nada de abstracto. A menudo se ha afirmado que la misión de la Iglesia es la salvación de las almas; sin embargo, esa afirmación esconde visos de abstracción y un énfasis postrero, post mortem, que se aleja con escasa compasión de la insondable ternura de la Encarnación de Dios.
Hay muchos demonios que expulsar. El demonio del egoísmo. El demonio que confunde, que aleja a los hermanos. El demonio que enturbia las miradas para no poder ver a Dios como un Padre bondadoso, y sí como un verdugo punitivo sediento de sangre. El demonio de la exclusión y la soberbia. El demonio que no permite crecer en humanidad y honradez.
Muchos son los dolientes. Enfermedades corporales que hacen sufrir, patologías espirituales que aniquilan las semillas que crecen con vida nueva. Corazones divididos, corazones dolientes, corazones agobiados de miseria y soledad, hijos abandonados de todas las omisiones.
Es misión de paz en donde la violencia no tiene lugar, en donde el poder que se ejerce es el servicio a los demás. Misión de liberación, porque mujeres y hombres han de erguirse mansamente desde los fangos en que están sumergidos.
Misión humilde que confía en la divina providencia antes que en el falso dios del dinero, que se aferra al Espíritu antes que a las cosas.
Pero por sobre todo, y aunque es necesario decir las cosas como son, proclamar la Buena Noticia para todos los pueblos comenzando por los pobres, se trata de ser Evangelios vivos, palpitantes, Evangelios que respiran, Evangelios en donde en cada segundo de la existencia se pueda leer el paso salvador de Dios por la historia.
Humildes obreros para mayor gloria de Dios.
Paz y Bien
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