Corazones enfermos











Para el día de hoy (11/09/17):  

Evangelio según San Lucas 6, 6-11




Una mano seca, una mano paralizada. Una mano incapacitada para el trabajo, para ganarse el pan, para el saludo franco y amable, una mano impedida de cualquier afecto, una mano que nada percibe y nada señala, una presurosa señal de discapacidad, de enfermedad, de condena expresa, un hombre que ha de ser apartado de todo pues es portador de impureza visible, es un minusválido no tanto por no valerse por sí mismo, sino más bien por valer menos.

Esos hombres duros y puntillosamente religiosos -estrictamente ortodoxos- no tenían en cuenta al doliente; al fin y al cabo, ya estaba mensurado y clasificado, y no podían distraer ni un segundo de su atención en esos detalles menores. En cambio, preferían centrar ojos y oídos en el rabbí galileo que se atrevía a cosas tan peligrosas y contrarias a las buenas costumbres, en medio de la comunidad, insuflando la imagen de un Dios que nada tenía que ver con el Dios de Israel en el que ellos creían.
Este galileo se había vuelto un sujeto de cuidado, un revoltoso cuyo peligro mayor radicaba en lo que estaba inexorablemente firme y Él venía a cuestionar en gestos, en acciones y en palabras. Por ello mismo estaban atentos a que el nazareno cometiera algun irresponsable error, para así tener motivos sobrados para acusarle de blasfemo...el resto de su cruel sistema se encargaría de el silenciamiento postrero.

El Maestro conoce como nadie todo lo que se teje en las honduras de cada existencia, en especial lo que se esconde, y es mucho más que una motivación meramente psicológica. Por ello mismo, a plena vista de esos hijos mezquinos hace pasar al centro de la congregación a ese hombre que padece el mal en su mano. Porque para hacer el bien no hay que andar pidiendo permiso, porque no hay días habilitados y días prohibidos para la compasión y porque el socorro al necesitado ha de ser el centro gravitante de toda comunidad que quiere permanecer fiel al Reino que ya está entre nosotros.

Ese hombre recupera las facultades plenas de su mano, una humanidad felizmente reconstituida y re-creada. Porque, al fin y al cabo, ese hombre era un doliente, pero los otros, los otros sí eran los verdaderos enfermos, corazones de piedra inconmovible.

Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Cura nuestras Heridas Señor!

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