Marta y María, hospitalidad, Iglesia






16° Domingo durante el año

Para el día de hoy (17/07/16):  

Evangelio según San Lucas 10, 38-42



Jesús de Nazareth no tuvo casa propia: de niño su hogar era el de José de Nazareth. Ya hombre e inmerso en su misión, su hogar estaba en Cafarnaúm, la vivienda familiar de Pedro y Andrés, adonde regresaba con sus amigos en busca de reposo, calidez, volver a enfocarse, aunque a menudo las multitudes suplicantes de consuelo y auxilio no lo dejaban ni comer.

En otras ocasiones a sus anchas en sitios insospechados, mesa de publicano y fariseo, pan compartido con miles en el campo. 
La escena que nos ofrece el Evangelio para este día sigue esa tonalidad: nos encontramos en Betania, en la casa familiar de Lázaro, Marta y María. No debemos perder de vista que el Maestro está camino a Jerusalem, a su Pasión, a la cruz, y que Betania es prácticamente un arrabal de la Ciudad Santa dada su cercanía, unos pocos kilómetros.
El Evangelista Lucas omite la mención a Lázaro, quizás en aras de destacar que al Maestro no le importaban demasiado ciertas convenciones férreamene instaladas, como aquella que definía que ningún rabbí entablaría diálogo con mujeres, ni mucho menos ingresaría a una estancia en donde sólo estuvieran ellas.

Parece mentira que veinte siglos después sigamos discutiendo estas cuestiones.

Pero allí, en casa de Marta y de María el Maestro se encontraba a gusto, en casa, y es sorprendente la familaridad en el trato.

María, sentada a los pies del Señor, representa al discípulo de Cristo que escucha atentamente su Palabra, que medita y guarda sus cosas en su corazón, lo que prevalece y no perece. Por eso nada ni nadie podrá quitárselo. Cristo es Palabra que llega a las honduras de cada corazón para quedarse.

Marta se afana en las tareas de la casa, en el servicio generoso y amplísimo al recién llegado, en trascendente clave de hospitalidad. Esa hospitalidad es clave: hace al viajero sentirse en casa, al caminante le descubre hogar cordial desde la caridad, desde un amor afectuoso, incondicional. 
Marta no se equivoca -para nada!-, su servicio es imprescindible, pero a menudo hay que suplicarle que se detenga un rato, que haga una pausa en donde ese amor no falte, que beba nuevamente la Palabra, el verdadero reposo, el auténtico descanso. No hay reproche en el Maestro, sólo palabras afectuosas a una amiga entrañable que se ha dispersado en pos de los demás.

Hospitalidad es la clave. El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos que le reciben con afecto y atención.

La Iglesia es hogar de Cristo, hogar del servicio y de la escucha que recibe al Señor y, por eso mismo, tiende una mesa grande para todos los viajeros de la vida.

Paz y Bien

4 comentarios:

ven dijo...

Gracias, hermosos compartir.
El huésped es el que se hospeda, pero la hospitalidad la ejerce quien abre su puerta a otros.



Anónimo dijo...

No hay reproche en las palabras del Señor, pero sí hay un faro de luz potente que coloca la escucha al divino Maestro en primer lugar, en la vida del discípulo y la acción en segundo lugar, como fruto de la escucha atenta al Maestro. Y es que hay un tiempo para cada cosa, y después del tiempo que pasamos con el Señor, viene el tiempo de la acción inspirada.
Sólo así estaremos haciendo Su Voluntad, y no la nuestra.
Un saludo fraterno.

Caminar dijo...

Hay que escuchar al que le abrimos la puerta, es todo. El servir es algo imprescindible pero tal vez uno de los primeros servicios es escuchar. L Iglesia acoge, escucha...porque ama.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Ven, Felicitas, Caminar:

Las palabras de ustedes son una bendición y señal del gratísimo misterio de comunión, del Cristo que nos reune y convoca; a partir de su Palabra todo puede iluminarse, como hacen ustedes con mis simples líneas.

Dios las bendiga y acompañe siempre.
Que tengan una maravillosa semana.

Paz y Bien

Ricardo

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