Nada se pierde







Para el día de hoy (20/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 1-9





Cuando contemplamos las lecturas del día, es útil a la reflexión situar el contexto en el cual el Maestro enseñaba, nos impulsa a profundidades que podemos pasar por alto en la superficie de la pura letra. No obstante ello, es importante recordar que los Evangelios tienen una doble vertiente, la enseñanza de Jesús de Nazareth a los hombres y las mujeres de su tiempo y la enseñanza para todas las mujeres y los hombres de todos los tiempos.

Así, no es difícil imaginar que gran parte de los oyentes de Cristo era versados en las cosas de la tierra, la siembra y las cosechas; muchos de ellos eran agricultores y campesinos que escuchaban con agrado la enseñanza del Maestro, pues Él hablaba en su mismo idioma de cuestiones que vivían a diario. Quizás nosotros hemos perdido parte de esa capacidad de dialogar con el hombre y la mujer de hoy a partir de lo que viven, de lo que les pasa.
Pero esos hombres sabían bien lo difícil que se hacía a veces arrancar frutos a una tierra que no siempre era fértil sino bastante árida, pedregosa y arenífera, los duros esfuerzos de sol a sol en búsqueda del sustento, la gratitud expresada en la fiesta de las cosechas, pues en sus huesos habían conocido los esfuerzos de la siembra, y finales a menudo escasamente exitosos.

Para nosotros también, hijas e hijos de la Iglesia que solemos conocer las vicisitudes de la siembra/evangelización.
A menudo nos embarcamos en la inútil batalla del éxito y del fracaso, una ética diluida y mundana de ganadores y perdedores. A menudo todos los planes y esfuerzos parecen devenir vanos, tanta piedra sin germen, tanto asfalto que rechaza, tanta espina que agobia crecimientos. 
Y a los ojos del mundo hay una aparente colección de fracasos acumulados.

Bendito sea Dios. El que tenga oídos, que oiga. La clave no está en la pericia del sembrador, sino en la calidad de la semilla, en su fuerza escondida que es capaz de generar una cosecha asombrosa, de frutos generosos que no pueden someterse a los parámetros usuales, con la desmesura propia de la Gracia, del amor de Dios
Menoscabarnos con el éxito o el fracaso implica, en cierto modo, anticipar el juicio de Dios, el grato tiempo final. No nos pertenece.

Somos sembradores de una semilla única, y por ello hemos de ser sembradores tenaces y confiados porque hasta de las piedras puede brotar el bien, los frutos santos del amor de Dios. Nada se pierde, todo fructifica si se hace desde el servicio y desde la fé.

Paz y Bien





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