Mesa de gratitud







Para el día de hoy (01/07/16):  


Evangelio según San Mateo 9, 9-13





La lectura que meditábamos ayer tiene continuidad teológica con la lectura que corresponde a este día: la Salvación que se ofrece generosa a la humanidad y que se manifiesta en la sanación del paralítico, se concretará en la vocación mateana.

Mateo/Leví tenía por oficio el de publicano, es decir, recaudador de impuestos al servicio del ocupante imperial romano. Su posición, a menudo, se utilizaba de modo extorsivo para provecho propio: nadie evitaría el pago de los tributos pues la evasión supondría rebelión contra el emperador, y la presencia ominosa de las legiones estacionadas en Siria lo garantizaba, brutalmente eficaces a la hora de reprimir cualquier conato rebelde.
Así el publicano era despreciado por colaborador del enemigo -un traidor-, odiado por explotador -un corrupto que explota a los débiles- y un impuro absoluto por estar en contacto permanente con el extranjero y, muy especialmente, con su dinero. Como pecador cuyo pecado es de público conocimiento, se lo tiene en una estatura moral más abyecta que la de las prostitutas, y eso implica tácitamente un condenado sin remisión.

La postura del recaudador sentado a su mesa de los tributos, en donde se colecta a la fuerza el esfuerzo de los pobres, es también símbolo de un alma postrada en la miseria del pecado cotidiano, un pecado que a su vez le excluye de Israel, de la vida comunitaria, de un vínculo con Dios. Está muerto aunque aún respire.
Pero pasa el Señor, y su -Sígueme!- no es tanto una orden sino un convite inigualable de su autoridad que hace crecer cosas antes que cercenar otras, que restaura corazones, que inaugura un tiempo nuevo y santo.
El levantarse de la mesa de los tributos es símbolo de esa existencia restaurada, del mal que queda atrás, de la Gracia que todo lo hace posible.

Luego, el Evangelio nos sitúa en la casa de Jesús, y más que una locación específica se trata del ámbito de la Salvación, es decir, de la Iglesia, espacio de perdón y misericordia. Allí concurren otros tantos portadores del mismo estigma que llevaba Mateo, turbios por el mal que confieren a los demás, oscuros por un presente sin futuro a la vista en el que todo tiende a repetirse. Pero ellos se sientan a la mesa y comparten el pan, la vida, con Cristo y los discípulos, intuyendo que han sido invitados especialmente, con todo y a pesar de todo.

La mesa del Señor es una mesa de gratitud en donde nos descubrimos asombrosamente convidados a un horizonte nuevo junto a Cristo y sus amigos, una vida que se inaugura con todo un porvenir santo, un presente que reverdece y que anuncia otros mañanas mejores, mucho mejores, humildemente felices.
Una historia, cada historia que somos es una historia de misericordia si sabemos mirar y ver el paso salvador de Cristo por nuestras vidas.

Paz y Bien


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