El yugo de Cristo






Para el día de hoy (14/07/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 28-30



El texto que contemplamos hoy sigue una misma línea que pasa por el rechazo de las ciudades a los signos del Señor, el repudio manifiesto de escribas y fariseos a cualquier novedad que Él enseñara, y su reivindicación de los pequeños, los que no cuentan, los humildes.
Precisamente aquí vuelve su rostro hacia ellos. Son los que en verdad sufren la imposición de una Ley que hace tiempo ha dejado de ser camino de liberación, doblegados por un legalismo sin contemplaciones que a menudo menosprecia al pueblo por fuera de las élites que detentan la ortodoxia religiosa.

Los doctores y eruditos de ese tiempo imponían un legalismo alimentado por una casuística en donde la piedad hacía tiempo que no estaba. Al grato decir de Benedicto XVI, toda teología auténtica es una teología de rodillas, y en esos hombres sobreabundaba un pietismo acumulativo y calculador sin amor ni compasión.

En aquel entonces -y ahora también- se trata de la moral que se impone sin misericordia y que, por lo tanto, deja de ser ética pues no hay atisbos de bondad. A menudo ello se maquilla con aparentes buenas formas, persecuciones de guante blanco, compromisos políticamente correctos del templo hacia adentro, una religión de domingos sin encarnación que escupe esclavos a granel pues priva al mundo de la luz y de la sal.

Los pequeños, los humildes, aquellos hacia quienes Dios inclina su rostro paternal, son los que más sufren la imposición, pues no han perdido el corazón. Una religiosidad impositiva de la obligación perpetua, del miedo mórbido a un dios punitivo les quita el resuello y les aniquila las esperanzas.
El yugo era el pesado elemento que se utilizaba para doblegar la cerviz de los bueyes y hacer que andaran en yunta por los surcos y caminos, sin desvíos. En el plano humano es terrible, pues se doblega voluntad y conciencia en pos de una obediencia que no es tal, sino sumisión que no respeta libertad ni reconoce identidad.

El yugo de Cristo es suave y su carga liviana, pues no se trata de un cúmulo de normas que vienen a reemplazar a otras, sino de algo radicalmente nuevo y distinto, la unión a Su Persona que es justicia, liberación y paz desde el servicio alegre por los rumbos del amor, esencia misma de Dios.

Él es nuestra alegría, nuestra paz, la feliz carga que debemos encontrar en cada despertar.

Paz y Bien

2 comentarios:

Felicitas dijo...

¡Qué bien te expresas, querido hermano! ¡Deberías ser predicador para la Iglesia! Perdona el entusiasmo, pero tienes un don y no sé si eres consciente de ello. Imagino que sí, y todo eso es don para bien de todos.
Me alegro mucho que el Espíritu Santo te suscite y impulse a mantener y seguir predicando por este humilde medio. Seguro que a muchos, que no te comentan, les haces mucho bien.
Gracias por tu testimonio de fe y tu fidelidad al Señor de señores.
A Él te encomiendo.
Un abrazo fraterno.
Paz y Bien

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Gracias por la Gracia en tus palabras, Felicitas!
Te voy a confesar algo que aprendí a los golpes: uno en estas cuestiones es un bolígrafo en manos de Dios. No soy humilde, debo trabajar muchísimo en ello, pero es una realidad.
En cierto modo, uno se juega la vida en sus palabras (a contrario de la laxitud de ciertas costumbres de decir cualquier cosa escudados en un teclado)
Llevo casi 8 años en esto, con días dificilísimos, pero aún así debo agradecer los ecos que se suscitan, la comunión que se hace presente, la fraternidad que nos reúne. Somo simples obreros que hacemos lo que debemos, y que sin embargo se nos ha dado una confianza enorme en la evangelización de estos ámbitos.

Dios acreciente la calidez de tu corazón. Que tengas un hermoso viernes y un mejor fin de semana.

Un gran abrazo en Cristo y María

Paz y Bien

Ricardo

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