Jesús de Nazareth, tienda del encuentro




2º Domingo después de Navidad
 
Para el día de hoy (03/01/16): 

Evangelio según San Juan 1, 1-18




Los ex esclavos, liberados de Egipto, peregrinaron por cuarenta años por el desierto antes de llegar a la tierra que su Dios les había prometido. Ese peregrinar es proceso y crecimiento de liberación, y cáliz de pueblo nuevo, de tribus que se acrisolan como nación al calor de las arenas. Por eso quizás los cuarenta años: han de llegar generaciones de hombres libres, nacidos en libertad -corazones y mentes libres-.

No fué un camino fácil, por lo inclemente del clima y los rigores del desierto; pero también, porque a veces uno se tienta con los guisos de Faraón antes que atreverse a la libertad de los peregrinos. Y las infidelidades y quebrantos: algunos hasta se inventaron un dios menor -un ídolo, un becerro de oro- para que caminara delante de ellos sin exigencias, la falsa ilusión de vivir sin Ley.
Así Moisés planta en las afueras del campamento, donde éste se encontrara, la llamada Tienda del Encuentro, producto de la maravillosa confianza de ese Moisés en su Dios y en su pueblo, y de la misericordia de ese Dios que a pesar de los delitos cometidos por los suyos, no los abandona. En esa Tienda, ámbito sacratísimo, templo móvil en donde resplandecía la gloria de Dios, alianza perpetua del Creador de generación en generación.
Posteriormente, la Tienda del Encuentro será el núcleo del centro mismo de la fé judía, el Templo de Jerusalem, Tabernáculo o SanctaSantórum.

Con el riesgo del simplismo, quizás allí comenzaron los problemas. La fé es peregrinar, es movimiento, y cuando la Tienda del Encuentro queda fija a un espacio puntual -accesible a unos pocos elegidos- sugiere que se acota la gloria de Dios a una élite restricta en desmedro de todo el pueblo, y que a Dios se le encuentra solamente allí, en ese recinto exacto.

Pero una tienda del desierto, aún con las implicaciones teológicas o espirituales, es en el fondo una tienda hecha de pieles, frágil, precaria, a merced de tormentas de arena, del frío terrible de la noche o del sol calcinante del día.

Tienda del Encuentro, Templo de Jerusalem... la ratificación definitiva de la alianza perpetua de Dios con su pueblo, del amor de Dios con la humanidad es Él mismo acampando nuevamente entre los hombres, en una tienda viva, presencia real de Dios en medio de los suyos en Jesús de Nazareth, que desde su existencia -totalmente humano, totalmente divino- asume todas nuestra fragilidades, nuestra condición precaria desde la pequeñez del Niño de Belén, Verbo que se hace carne, Palabra divina que se hace humana para recuperar la capacidad de hablar y escuchar.

Pero muy especialmente, recuperar nuestra identidad de peregrinos, de mujeres y hombres libres que caminan al encuentro de la tierra prometida de la vida eterna.

Paz y Bien
 

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