Hijos de Dios, herederos de la esperanza




El Bautismo del Señor

Para el día de hoy (10/01/16): 

Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22




La integridad y la veracidad profética que emanaba de la persona de Juan el Bautista suscitaba emociones encontradas entre el pueblo, agobiado de opresión y sin expectativas a la vista. Él era un profeta, voz de Dios en el desierto, pero muchos creían -querían, mas bien- ver en él al Mesías ansiado, el que restauraría al antiguo y esplendoroso reino de Israel.

El propio Bautista se ocupa de despejar cualquier error: él sólo es la voz, el mensajero que anuncia a Aquél que ha de venir y que ya está entre las gentes, aunque no le conozcan. Por ello impulsa al bautismo allí, a orillas del Jordán, un bautismo de carácter ritual que quiere purificar corazones y reconciliar las almas con Dios, allanando los caminos para el que ha de venir. 

La multitud que concurre es nutrida: hay mucho de temor a un castigo de Dios por los pecados. La fila es larga, y se trata de gentes sobrecargadas de culpas que buscan purificarse: no están en esa hilera los doctos, los sabios, los sacerdotes, sólo los pecadores.
La escena emociona: como uno más, entre ese mar de personas culposas, se encuentra Él, Jesús de Nazareth, que camina en silencio. Justamente Él, el que viene a purificar al mundo con el Espíritu concurre a ser bautizado en las aguas del Jordán.
Es la solidaridad de un Dios que asume la totalidad de la existencia humana menos el pecado.

La clave nos la brinda el mismo Evangelista: al momento de ser bautizado, Jesús se encontraba en oración. Ello es señal de la trascendencia del momento, del vínculo indisoluble con el Padre.
El Espíritu que desciende sobre Cristo como una paloma y la voz del Padre es una teofanía que nos reviste de esperanza.

Allí está el Mesías, el Salvador, el Hijo Amado.
Los cielos -cerrados por el pecado y el dolor- se han abierto para siempre, y por ese Hijo todos nos descubrimos hijos amados de ese Dios que es Padre por siempre, conciencia plena del amor de Dios, trascendencia de la condición humana, herencia infinita de bondadosa esperanza.

Paz y Bien

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