De vid y poda



Domingo Quinto de Pascua

Para el día de hoy (03/05/15):  

Evangelio según San Juan 15, 1-8




En tierras de Israel, la predicación del Maestro se desarrollaba principalmente en un ambiente rural, campesino y agrícola. Sus oyentes, los que bebían sus palabras y aprendían de ellas, se maravillaban de entender las cosas de Dios que Él les revelaba a partir de circunstancias cotidianas que todos ellos conocían.
Nosotros, hombres y mujeres, discípulos en pleno siglo XXI, quizás hemos olvidado esa capacidad de anuncio y diálogo a partir de las cosas que le acontecen a diario a nuestros contemporáneos.

Esos hombres comprendían bien lo que Jesús relataba: su tierra no era demasiado pródiga en cosechas, antes bien a menudo era difícil lograr buenos rindes. Y en el caso vitivinícola, su propia experiencia sabía de la necesidad de cuidar la vid, de podar las ramas sin fruto o estériles, pues ellas en cierto modo se robaban la energía vital que estaba destinaba pura y exclusivamente a producir buenos racimos, horizonte de buen vino. Por más que pareciera una actividad negativa -recortes, quitas- se trataba en realidad de acciones positivas, pues tendían a acrecentar los frutos buenos en todas las ramas.

Para el pueblo judío, la imagen de la vid es parte de su acervo cultural y religioso de siglos, muy caro a sus afectos: Israel es la viña que Dios cuida con sumo esmero, y que a veces desilusiona brindando uvas falaces, amargas.

Con Cristo sucede un cambio decisivo, una translación fundamental. El Evangelista lo plantea con una sutileza literaria brillante, pero sin embargo se trata de una cuestión raigal, que no marca una oposición.
La vid era cuidada por ese Dios, pueblo contenido entre sus manos de amor y justicia.
Ahora la vid es Cristo, y sus hermanas y hermanos -pueblo nuevo de creyentes- los sarmientos.

Esto es más que una alegoría. Es importantísimo: es la explicitación de la Encarnación, de un Dios que interviene decididamente en la historia, asumiendo en su ser la creación y especialmente la condición humana.
La tierra se vuelve santa fecundada por la savia vital del Espíritu, savia que nos corre alma adentro por nuestra unión con Cristo Jesús, nuestro hermano y Señor, Dios mismo.

Por ello mismo hemos de suplicar por las podas. Sin merecimiento algunos, formamos parte de esa vid santa, y es tan necesaria la tarea del viñador. Que nos vaya quitando lo que está muerto, todo lo que es inútil, todo lo que guardamos e impide que la vida florezca en estos sarmientos que somos.

Porque tenemos destino de vino bueno, que es sangre ofrecida, que es celebración de la vida compartida.

Paz y Bien


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