Ahora nosotros



Para el día de hoy (22/05/15):  

Evangelio según San Juan 21, 1. 15-19




La escena no es propia de la Última Cena, sino que se desarrolla en la aparición de Jesús Resucitado a siete de sus discípulos a orillas de lago Tiberiades, allí en cuya orilla el Maestro los espera con la comida preparada luego de una pesca en verdad milagrosa.

Esa, precisamente, es la clave de toda la lectura, la presencia del Resucitado en medio de los suyos.

El diálogo se entabla entre el Maestro y Simón Pedro por iniciativa de Jesús, haciendo explícito que todas las primacías son de Dios. Ese diálogo es oración pura, conmueve las raíces de la existencia de Pedro.
 
Seguramente, el alma de Pedro está en ebullición: además de todo lo que ha acontecido en los días previos, él lo ha negado tres veces, veloz en desconocerlo, rápido en quebrantar la promesa de fidelidad absoluta que le había hecho.
Es menester recordar el carácter a veces voluble y a veces arrebatado del pescador galileo, a todas luces imperfecto y hasta criticable. No obstante, precisamente allí radica el misterio del Reino, Dios edifica Buenas Noticias, Iglesia, familia, a partir de hombres y mujeres que tienen sus miserias visibles, pero en los que prevalece la unión que tienen con el Maestro, la Gracia que los transforma.

No es para nada complicado imaginar cierta mirada de picardía en los ojos del Señor. No hay ninguna recriminación en sus palabras, aunque en justicia hubieran correspondido. 
Pero estamos en el tiempo de la misericordia, de los imposibles concretados, de la alegría haciéndose presente.

A cada pregunta de Jesús se incrementa la desazón de Pedro, que supone que Cristo duda de sus afectos.
En realidad, hay para Pedro y para todos nosotros una enseñanza progresiva y creciente y un depósito inmenso de confianza.

Porque el Maestro está hablando de su amor, que es el amor de Dios, ágape, vivir en los demás y para los demás, hasta dar la vida en oblación, mientras que Pedro sólo se queda en el plano de los afectos, el querer.
De allí la consecuencia: amar a Cristo, amar a Dios se expresa en el amor y el servicio generoso y desinteresado a los hermanos, apacentando a los dispersos, conciliando a los separados, floreciendo la concordia.

Así es la conclusión de las tres preguntas que borran las traiciones petrinas: Dios tiene una afable mala memoria a la hora de recordar pecados, porque con todo y a pesar de todo no dejamos de ser hijas e hijos.
Esa conclusión es: ¿me amas? Ahora vos también, ahora tú también.

Ahora nosotros.

Paz y Bien

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