Lo que no puede callarse




Para el día de hoy (05/12/14) 

Evangelio según San Mateo 9, 27-31




La ceguera no era infrecuente en la Palestina de los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth. Con fuertes tormentas de arena, el sol fuerte cayendo vertical sobre piedras calizas que reflejan un fulgor que quema, las patologías oftálmicas abundaban: ello implicaba que tanto el ciego como aquél que tuviera una disminución importante de su capacidad de visión estaba sometido a mendigar limosnas para subsistir.
Ello respondía a dos cuestiones: la imposibilidad de trabajar y ganarse el sustento por un lado, y por otro, el severo criterio religioso que imponía que toda enfermedad es consecuencia directa del pecado, o sea, justo castigo de un Dios punitivo. Eso mismo implicaba que un enfermo estaba impuro para el culto, con lo cual estaba excluido de la fé y las celebraciones de Israel.
En este caso, estos hombres ciegos viven en una oscuridad doble, la de sus corneas inútiles y la tiniebla de vivir al margen de todo, descartados a la vera del camino.

Jesús pasa de camino a la casa en donde solía alojarse, y no es solamente un pasar eventual: es signo del Cristo que pasa por las vidas de todos y cada uno de nosotros. 
La presencia de Cristo en toda existencia no puede pasar inadvertida: esos hombres suplican su compasión, y en su clamor hay un reconocimiento a la persona de Jesús de Nazareth como Hijo de David.
Al Maestro este rótulo no le gustaba, pues respondía a condicionamientos históricos y a ansias mesiánicas emparentadas con un nacionalismo judío totalmente justificado, pero que solía olvidar la trascendencia, y muy especialmente al Dios que dá sentido a todas las cosas. Aún así, que lo llamen de ese modo implica que en ese rabbí galileo no identifican a un hombre cualquiera, sino a Alguien en quien reposan vivas las antiguas promesas y la esperanza, y así, de un modo imperfecto pero pleno de confianza acontece la fé, que es el verdadero milagro de esta lectura.

Pues lo que cuenta no es tanto la ortodoxia nominal -que es importante, claro está- sino la confianza depositada en la persona de Jesús de Nazareth, creyentes de que Él puede levantar a los caídos y restaurar y transformar todo destino. 
La vista recuperada no es solamente una cuestión anatómica, sino antes bien cordial: en los corazones de esos hombres se han desalojado los imposibles, los no se puede, se han vaciado de todo lo que perece y ahora se ha afincado cálidamente el amor de Dios, que es puro bien para todas sus hijas e hijos.

Eso es lo que no puede callarse. No hay modo ni amenazas ni temores que acallen el anuncio de esta Buena Noticia, que Dios nos quiere, que Dios está aquí y ahora entre nosotros.

Paz y Bien


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