Integridad e imposición

Para el día de hoy (05/01/11)
Evangelio según San Juan 1, 43-51

(La invitación a ser partícipes de la vida de Jesús -eso que llamamos vocación- es siempre, indefectiblemente personal. Se trata de personas concretas, de carne y hueso con sus luces y sombras, asumidas en la totalidad de su existencia, en un momento específico de la historia.
En parte por ello, las primeras comunidades cristianas guardaron en la memoria colectiva cuidadosamente los nombres de personas concretas, para que recordemos, para que nos demos cuenta: Felipe, Pedro y Andrés, Natanael; hasta persiste el detalle de su lugar de origen, Betsaida, Caná de Galilea...

Así también la Palabra hoy nos impulsa a redescubrir esas cuestiones de identidad de los primeros discípulos que también son las nuestras, y esa fuerza que mueve a compartir, llamar, encontrar, descubrir, ir a Jesús con los hermanos.

Porque uno de los distintivos de esa identidad que nos es propia debería siempre abdicar de toda imposición, imposición que es ajena y hasta contraria a ese Reino que el Maestro nos ha regalado. Quizás debamos, desde nuestros silencios y nuestros desiertos, ahondar en esas cuestiones tan tristemente repetidas en la historia: la cruz debe ser asumida en libertad, no impuesta compulsivamente y. mucho menos, a través de la violencia.

Así también, la vocación -gracia y misterio- tiene una faz de integridad.
Esa integridad no supone hombres inquebrantables: Jesús nos conoce demasiado bien, sabe de nuestras luces y sombras.
La integridad implica hombres -mujeres y varones- que son capaces de permanecer fieles a la presencia de Dios en sus vidas antes que a sus propios esquemas y preconceptos.

Natanael, paisano de esa Caná que sería de bodas y vino, inquiere ¿acaso algo bueno puede salir de Nazareth?... Volvemos a la experiencia que no se exige sino que se invita: -Ven y verás-.
Natanael está bajo la higuera frondosa de la misericordia de Dios, y tiene la integridad de despojarse de todo aquello que le impide ir al encuentro del Maestro.
Se despoja de esa idea localista, de todo esquema preconcebido -un Mesías glorioso, vengador de Israel, pleno de realeza y poder- y no vacila en reconocer en ese Jesús manso y pobre, humilde y servidor al hijo de Dios, su salvador, su hermano, su igual, su Señor.

La Nueva Alianza -tiempo de Dios y el hombre- se renueva a diario en cada corazón que descubre el paso de Jesús en su vida y es capaz de transformarse y saber que ya nada será igual)

Paz y Bien



2 comentarios:

Salvador Pérez Alayón dijo...

Es muy impotante lo que descubres y dices: el encuentro con JESÚS necesita previamente un despojo, un dejarme de ser yo para ser en ÉL. Sin ese despojo de mí es imposible entrar en, con y por ÉL.

Ese es nuestro mayor obstáculo, el querer llegar a ÉL sin dejar de ser yo.

Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Superar el yo, para descubrir el tú y conjugar con el Espíritu el nosotros, querido Salvador
Un abrazo en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo

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