Pedro, hacedor de puentes




















La Cátedra de San Pedro, Apóstol

Para el día de hoy (22/02/20):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-19








Las casualidades no existen excepto en las elucubraciones que nuestra razón adjudica a procesos azarosos. En rigor de verdad, existen causalidades, conexiones, y en cierto modo, podríamos afirmar que las casualidades son esos momentos en la historia en que Dios deja su huella con un seudónimo, en silencio, invisible a miradas comunes pero evidente a los ojos de la fé.

Por ello los acontecimientos del Evangelio para el día de hoy los ubica Mateo en Cesarea de Filipo. Es la antigua ciudad helénica que rendía culto a ignotos dioses -el dios Pan-, que se edifica en honor del César y lo considera un dios, y por ello le erige un templo, es el fasto que exhiben los vasallos a los opresores de quienes depende su poder. No es una ciudad extranjera pero casi se escapa de los límites del tetrarca Filipo: es el Israel que se desdibuja por la confluencia de gentiles, es el símbolo del sometimiento a Roma, es el confuso lugar en donde se rinde culto a dioses muertos y falsos, y que se sostiene a fuerza bruta de legiones romanas.

Allí, al borde el monte Hermón -punto máximo del norte hacia el que llegará el Maestro en su ministerio- Él les pregunta a los discípulos quien dicen las gentes que es, cual es su identidad.
Ese pueblo padecía desde hacía muchos siglos la ausencia de profetas; por ello la voz inclaudicable del Bautista les resultó tan importante, y también la del Maestro. Por ello mismo, en esas ansias que todos ejercemos, trasladamos a la búsqueda de la verdad nuestros deseos y frustraciones, y así ese rabbí galileo se les hace el Bautista redivivo, Elías, alguno de los antiguos profetas. Intuyen que viene de Dios, pero se quedan en el plano humano nomás. Porque reconocer a Jesús de Nazareth como Hijo de Dios y Salvador no es cuestión de razón sino más bien de co-razón, y ése es terreno del Espíritu de Dios que todo lo ilumina.

Simón hace una confesión tan contundente, que prácticamente no tiene parangón: sin ambages ni vacilaciones, afirma en esa ciudad enrarecida que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es Simón ben Jonás el que habla, pero es el Espíritu de Dios quien le dicta las palabras, quien le revela la verdad mayor, y Simón dejará de llamarse Simón y será Pedro -Petrus, Cephas, piedra- sobre el que el Señor edificará la Iglesia. Porque es Dios quien edifica, siempre- y nosotros somos apenas unos simples albañiles escasos.
Pedro es también piedra por cabeza dura, por aferrarse endurecido a viejos esquemas muertos, por dejarse llevar por los estados de ánimo, por pensar que puede reprender al Maestro cuando éste le revela el destino de cruz de su ministerio.

Aún así, Pedro es el que dará solidez a los corazones y confirmará en la fé a sus hermanos. Pedro y todos los Pedros que lo sucedan.

No hay casualidades. En esa ciudad en donde parpadean constantemente las luces mustias de ídolos muertos, de dioses falsos, de imperialismos y opresión, allí se abren las puertas de un ámbito nuevo, de espacio y recinto amplio, mesa para todos en donde la muerte -inevitablemente- retrocede. Se trata de la familia que llamamos Iglesia, y que es mucho, muchísimo más que una estructura, una institución, poderes establecidos. Es en donde florece el Reino, un reino extraño en donde la nobleza la encarnan los últimos, y los principales son servidores incondicionales de todos los demás.

La tarea de Pedro es enorme, y no puede con ella en soledad. Siempre lo asistirá el Espíritu del Resucitado y el auxilio y la ayuda de los otros discípulos.
Pedro, como roca, no adquiere privilegios ni coronas, sino responsabilidades mayúsculas de servicio. La tarea de establecer lazos entre los hermanos que se han separado, hacedor de puentes de fraternidad y justicia -literalmente pontífice significa hacedor de puentes- y debe también desatar nudos, todas las coyundas que oprimen y suprimen la vida, minimizan la humanidad, impiden la alegría.

Su misión es misión de comunión, de anuncio siempre joven y nuevo, de apertura de miradas, del Reino que está ahora y aquí entre nosotros.

Dios nos cuide a Pedro.

Paz y Bien

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